Mi nota destrozó a Troy. Dejó escapar un aullido desesperado y doloroso que sacudió la habitación. En ese momento, la puerta principal se abrió y Rue entró tropezando.
—¡Troy! —gritó, presa del pánico—. No... no podía contactarte y me preocupé muchísimo...
Antes de que pudiera terminar, Troy apareció frente a ella. Una de sus manos salió disparada, la agarró por el cuello y la levantó del suelo.
—¡Te dije que no la metieras en nuestros asuntos! —gritó, con los ojos rojos y la voz ronca.
La cara de Rue se puso morada por la falta de aire. Manoteó su brazo y jadeó con esfuerzo:
—Estoy... esperando... tu cachorro...
Él se rio mientras la soltaba.
—¿Mi cachorro? ¡Estelle también está esperando el mío! ¡Si no fuera por ti, ella seguiría aquí, llevando lo que nos pertenece!
Ella se desplomó en el suelo, tosiendo.
—A partir de hoy, estás exiliada —dijo Troy con frialdad, mirándola desde arriba—. No voy a reconocer al cachorro que llevas dentro. Jamás pondrá un pie en el territorio de mi manad