Cuando miré a David, mis ojos estaban vacíos, sin amor ni odio, sin ningún tipo de emoción. David escuchó las palabras de Luna y me miró a los ojos. Cuando comprobó que, efectivamente, no había ni rastro de aquel amor del pasado, apretó con fuerza la pluma que sostenía para firmar.
Luna, que siempre ha sido experta en leer hasta los más pequeños cambios en la expresión de David, sintió alegría en su interior. Creyó que David le había vuelto a creer. Yo también noté ese cambio en su expresión, y justo cuando estaba a punto de reírme a carcajadas y decir algo, David apartó su brazo y miró fijamente a Luna.
Al final, fue él el que se rio con sarcasmo.
—Luna, te quiero como a una hermana de sangre… ¿pero tú me quieres ver la cara de pendejo?
Luna se quedó atónita. Yo también me sorprendí. Ninguna de las dos esperaba que David dijera algo así.
Luna, al reaccionar, de inmediato llenó sus ojos de lágrimas.
—David, ¿cómo puedes decir eso de mí? ¡Yo solo quiero lo mejor para ti!
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