Me levanté del suelo sintiéndome nada. Vacía. Muerta en vida.
Tomé mi bolso con manos temblorosas y limpié como pude las lágrimas que seguían bajando sin control. Sabía que no podía regresar a esa sala de conferencias, no después de todo lo que había pasado, no después de las palabras de Credence que todavía me hacían eco en la cabeza como cuchillos clavados en el alma.
Salí caminando, arrastrando los pies, ignorando las miradas ajenas. Una secretaria me vio y, aunque frunció el ceño al verme tan desalineada, me indicó la salida sin decir nada.
Afuera, el aire golpeó mi rostro como si intentara hacerme reaccionar, pero ya nada tenía sentido. Detuve un taxi y le di la dirección del departamento sin pensar demasiado.
No le escribí a Olimpia, no le conté nada. Supuse que ella intuía lo que estaba pasando. O tal vez no. Tal vez ni yo entendía ya cómo mi vida se había vuelto esta pesadilla.
Apenas llegué, abrí la puerta con rapidez, cerrándola con fuerza detrás de mí como si pudiera dejar