CUÑADA

Capítulo 4 

—No voy a permitirle que decida por mí, —le dije mirándolo de frente—. No tiene derecho a hacerlo.

Él cruzó los brazos, tranquilo, tenía una actitud hasta burlona, sabía que me tenía en su poder

—Tengo más derecho del que crees. Tu manada vive gracias al tratado, y tú eres parte del trato desde ahora.

—No soy una moneda de cambio y usted no es mi dueño—le respondí, subiendo la voz.

—¡Lo eres! —dijo alterado—. Una loba viuda, joven y con fama de maldita afecta mi legado limpio. No puedo dejar que andes sola, eso mancharia mi honor.

—¿Y quién es usted para decidir eso?.

Kaleb soltó una risa fria

—El Alfa más rico y poderoso de la región.

Mi padre golpeó la mesa con el puño.

—Basta. No quiero más discusiones.

—No habrá tratado —respondió Kaleb, girándose hacia él—. Si no aceptan mis condiciones, olvídense de la alianza.

Cristal se levantó enseguida, con lágrimas en los ojos.

—Por favor, Kaleb, no lo hagas. Te lo ruego. No arruines todo.

Él la miró suave y le dió una caricia en la mejilla

—Tú no entiendes, mi amor. Es una deshonra que una loba tan joven esté sola y con ese rumor sobre ella. Es cuestión de honor, es mi cuñada.

—No necesito su compasión —le dije, temblando de rabia.

Antes de que mi padre pudiera intervenir, se llevó la mano al pecho. Su rostro se puso pálido.

—Padre… —corrí hacia él.

Se tambaleó y cayó al suelo. 

****

—Tiene el corazón débil —dijo el médico al cabo de un rato después de revisarlo —. Debe evitar el estrés o no resistirá.

Cristal sollozaba. Úrsula me miraba como si fuera culpa mía.

—¿Ves lo que provocas? —me dijo en voz baja —. Vas a matarlo con tus caprichos.

—No estoy haciendo nada —respondí con la garganta temblando —. Solo quiero decidir por mí misma.

—Entonces decide rápido —intervino Cristal, enojada —. Si te niegas, papá podría morir.

Me quedé sin palabras. Sentí que me ahogaba, apreté los puños.

—Está bien —susurré—. Pero hoy mismo debes llevarme a la tumba de mi madre.

Úrsula sonrió y me dio la mano 

—Ven conmigo.

Caminamos un largo trayecto fuera del territorio, hasta llegar a una colina cubierta de árboles viejos. En el centro habia una cruz de piedra, pequeña, sin nombre.

—Ahí está —dijo ella, señalando la tumba.

Me arrodillé. Toqué la tierra y sentí un vacío en el alma.

—¿Por qué la enterraron aquí? Pensé que a las desterradas las echaban en una fosa común —pregunté intentando ser fuerte.

Úrsula respiró hondo. Por un momento, su postura de loba dura se quebró.

—Porque era mi amiga —dijo despacio—. Y porque a pesar de que me traicionó, la quise.

Levanté la vista.

—¿Tu amiga?

—Sí. La conocí antes de que tú nacieras. Éramos inseparables. Pero se enamoró del lobo que yo amaba. Tu padre. —Su mirada se endureció—. Jamás le perdonaré lo que hizo, ser la amante de mi esposo.

Me quedé en silencio, sin saber que sentir.

—Ella no te robó nada —le dije—. Mi madre no era así.

—Créelo o no, esa loba arruinó mi vida —contestó con frialdad—. Y ahora tú pagas su deuda.

No respondí. Me quedé de rodillas, llorando en silencio. Le prometí a mi madre que limpiaría su nombre, que la enterrarían con honor en la manada que la rechazó.

Cuando regresamos, me sentía muy deprimida.

Busqué a Kaleb en el salón, estaba solo, sentado fumando un cigarro 

—Acepto su oferta.

Él levantó la mirada, sorprendido.

—¿Está segura? No me gusta lidiar con lobas rebeldes que no agachan la cabeza y ocupan su lugar.

Asentí.

—No lo hago por que lo ordena, Lo hago por mi padre.

Kaleb se puso de pie.

—Entonces partimos esta misma noche.

Y así fue. En pocas horas dejamos Carmesí atrás.

Me instalaron en la habitación de visitas, el estaba en la puerta mientras yo desempacaba mis maletas.

—No entiendo qué quiere hacer conmigo, nadie me aceptará como esposa con mi maldición.

Kaleb me miro con los brazos cruzados.

—No lo hago por capricho. Lo hago porque es lo correcto

—¿Correcto para quién? —repliqué—. ¿Para ti? ¿Para tu orgullo de Alfa?

Me miró con esa calma que tanto me exaspera.

—No voy a permitir que una loba joven y viuda ande sola por el mundo. No me interesa si eres bastarda o si estás maldita, eres la hermana de mi esposa y debo asegurarme que no dañes mi imagen, digamos que quiero protegerte 

—No necesito que me protejan —respondí, conteniendo las ganas de gritarle —. Solo quiero que me dejen en paz.

Él dio un paso acercándose más a mi

—Ya elegí a tu prometido —dijo con voz firme.

Me quedé helada.

—¿Qué dijiste?

—Cada pasó que doy tiene un fin —continuó—. Si te casas, nadie podrá hablar de ti, y la alianza quedará limpia.

—¿Que dice? —abri los ojos incrédula —. ¿Siempre pasapor encima de los demás? No todo el mundo debe hacer lo que ordena.

Kaleb siguio acercándose 

—No sabes de lo que hablas.

—Sí lo sé —respondí con rabia—. Solo quiere tener el control, como si todos le debiéramos algo.

Él me sostuvo la mirada sin moverse.

—Tarde o temprano entenderás que no puedes vivir fuera de mis reglas.

—No me interesa entender sus reglas.

—¿Que quieres? Vivir como una cualquiera, una suripanta que viaja sola.

Le di una cachetada. No lo pensé, simplemente lo hice. Sonó fuerte.

Kaleb no se movió, solo respiró hondo.

—Te equivocas conmigo, Ariadna. No quiero hacerte daño.

—Entonces déjeme irme —dije, con la voz temblando.

—No puedo —me tomo del mentón, me miró a los ojos, pensé que me besaría pero se alejó y se fue.

Esa noche bajé al comedor para la cena.

Kaleb estaba sentado en la cabecera, con Cristal en su regazo. Ella se reía fuerte, exagerando cada gesto. Lo besaba con un deseo que nunca vi en ella.

Tragué saliva y me quedé parada en la puerta, me dolía verlos, si, estaba celosa.

Cuando Cristal me vio, sonrió con desprecio.

—Aquí las cosas no han cambiado , las bastardas comen con las sirvientas —dijo en voz alta para que todos la oyeran—. La cocina está al fondo.

Los presentes rieron con discreción. Sentí cómo la vergüenza me hacía sonrojar, y decidí obedecer

Kaleb la detuvo.

—No. Ariadna comerá aquí. Es mi cuñada y será tratada como tal.

Cristal fingió una sonrisa, pero se notó su incomodidad.

—Como digas, amor.

Me senté lejos de ellos, sin probar bocado. No soportaba verlos tan juntos. Kaleb hablaba con todos, era muy sociable, yo me sentía invisible, jamás sería una loba para un Alfa como el.

Cuando la cena terminó, él se levantó.

—Ven conmigo —me dijo.

Lo seguí sin decir una palabra.

Caminamos por un pasillo largo, hasta una puerta cerrada, la abri, dentro, en la cama había un joven conectado a máquinas.

Kaleb se acercó.

—Te presento a Román —dijo con voz baja—. Es mi hermano mayor.

Me quedé sin palabras.

—¿Qué le pasó?

—Un accidente a caballo hace dos años. Desde entonces está así, en coma.

Miré el cuerpo del lobo. Era joven, atractivo, pero se veía muy frágil 

—¿Por qué me lo muestras?

Kaleb me miró autoritario.

—Será tu esposo.

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