Me desperté muy adolorida y confundida, puedo observar las paredes blancas y el color celeste de las cortinas.
Al percatarme de que estoy vestida con una bata blanca y un suero está conectado a mis venas me doy cuenta de que me encuentro en una habitación de hospital o clínica.
Lo último que recuerdo es haber llegado a un refugio de personas indigentes, a esa Monja tan amable y al hombre, pero esté último está borroso en mi cabeza.
—Buenos días—Una mujer entra al sitio vestida de enfermera.
Debo admitir que es muy bella. Debe tener unos veintitrés o veinticinco años.
Su cabello es pelirrojo y corto a la altura de sus hombros, ojos oscuros y maquillaje impecable.
—Buenos días ¿Qué me paso?
—Te desmayaste y el Doctor Martínez te trasladó hasta aquí.
—¿Puedes darme un poco de agua?
—Deberías levantarte hay personas que verdaderamente necesitan atención y no hay camas suficientes.
Estaba a punto de responderle cuando alguien más entro en la habitación.
Por su vestimenta blanca me percató