Capítulo 3

—Ve a preparar tus cosas, en unas pocas horas almorzaremos con el emisario de Drakmoria para acordar los términos de tu traslado. —informó el rey. Seraphina asintió con renovado interés.

—¿Puedo estar presente? —preguntó. No podía cambiar su destino, pero al menos estaría allí cuando otros lo dictaran en su lugar.

Se negaba a permitir que la mantuviesen en la oscuridad de la ignorancia.

—Por supuesto. —concedió su madre de inmediato. —Ahora márchate, la doctora dio instrucciones precisas para tu reposo. —le recordó moviendo la mano en un gesto despedida.

La princesa hizo una última reverencia para luego salir de la sala. Ni siquiera reparo en sus damas, solo camino en línea recta sin mirar hacía ningún lado. Lo único que deseaba era llegar cuanto antes a su alcoba.

Iba en automático y para se dio cuenta ya había subido las escaleras y abierto la puerta de su cuarto. Las manos le temblaban y el corazón latía desbocado.

—Váyanse todas. —les ordenó a las empleadas que allí estaban limpiando. —¿Acaso no me oyeron? ¡Fuera! —gritó empujando un florero que se encontraba en su mesa de noche. El estruendo provoco que las mujeres pegaran un brinco. —Quiero estar sola. —siseo entre dientes.

Las sirvientas asintieron y se marcharon rápidamente. Seraphina estaba segura de que se habían asustado, pero en ese momento no tenía cabeza para pensar en ello. Cerró la puerta con un sonoro portazo y de dejó caer contra esta.

Se dio la vuelta deslizándose hasta el suelo. La espalda le dolía en aquella posición, pero no hizo ningún movimiento para acomodarse. Enterró la cabeza en sus rodillas, las lágrimas no tardaron en presentarse.

—¿Ahora qué se supone que voy a hacer? —preguntó en voz alta, llorando.

Estuvo así por un buen rato, sopesando el significado de volverse concubina.

Thorian Drakmoria”. Nunca había visto al hombre y le asqueaba pensar en la sola idea de compartir el lecho con él, no como esposa, sino como una mujerzuela.

Además, estaba el hecho de que… Ya estaba cansado y ella no quería ser el tipo de mujer que le causa dolor a otra, lo había presenciado con sus progenitores. Veía el sufrimiento en los ojos de su madre cada vez que llegaba una concubina.

También debía considerar su dignidad como princesa y hermana del templo de la diosa Solara. Pero si no cumplía con este mandato, muchos ciudadanos de Celestria morían y su amada patria se convertiría en un vertedero de sangre.

¿Por qué demonios Thorian Drakmoria se interesó en ella?

¿Y si le ofrecemos a alguien más?” Celestria tenía mujeres hermosas que podían ser enviadas en su lugar, incluso de la propia familia real, aunque de castas mucho menores. La belleza no estaba solamente reservada para las princesas.

¿Pero en qué cosas pensaba? La desesperación hacía que se planteara incoherencias, no sería tan cobarde como para entregarle este tipo de condena a otra joven. Su consciencia no la dejaría en paz si la condenaba a dicho infierno.

La ruleta giró de la vida giro marcándola a ella, así que ahora debía enfrentar el futuro con la poca valentía que poseía. Suspiró y se puso de pie, después llamó nuevamente a las sirvientas para que le prepararan un baño caliente.

Acudieron con premura, observándola cautelosamente, aún se encontraban intimidadas por su reacción anterior. Seraphina tenía la mente concentrada en otras cosas como para prestarles atención. En cuanto el agua estuvo lista se marcharon.

—Puedo encargarme sola del resto. —alegó sin más.

Una vez se quedó completamente sola, Seraphina comenzó a quitarse el vestido y deshizo la trenza para luego sumergirse en la tina. El agua tibia hizo estremecer su piel y un suspiro de placer se escapó de sus labios. Mantuvo el cuerpo en una postura con la cabeza hacía atrás y los ojos cerrados, durante un buen rato hasta que agua comenzó a enfriarse, obligándola a salir precipitadamente.

Tomó una tela para secarse el rostro y otra para envolverla alrededor de su cuerpo. No llamó a las muchachas para que la ayudaran a vestirse, en cambio pasó una túnica morada sencilla por sus brazos y se calzó las mismas zapatillas doradas. El cabello lo dejó suelto para que se secara al aire libre.

Por la ventana entraban los enormes rayos del sol, que ya estaba en lo más alto del cielo. Pronto empezarían a servir el almuerzo y debía darse prisa si quería tener la oportunidad de estar presente.

Estaba a punto de salir, pero entonces abrieron la puerta del otro lado. Seraphina quedó sorprendida al ver la figura de su madre.

—Majestad. —pronunció haciendo una reverencia. —Que sorpresiva visita, creía que nos encontraríamos en el comedor. —comentó confundida.

La reina le sonrió con ternura y extendió una mano hacía ella.

—Quería saber cómo seguías y de paso escoltarte al jardín central. —explicó al ver que Seraphina tomaba la mano que le ofrecía. —Decidimos que sería mejor comer allí, hace un día muy hermoso como para desperdiciarlo. —dijo riendo.

Seraphina asintió, aunque algo en las palabras melosas de su madre le ocasionaba comezón en la piel. Tuvo que contenerse para no rascarse el brazo. Ambas salieron de los aposentos de la princesa y empezaron a caminar.

—Entiendo que esto pueda ser difícil para ti. —Seraphina bufó, ese era el eufemismo del año. Su madre le apretó la mano. —Créeme que si de mí dependiera tampoco haría esto, pero antes que tu madre, soy reina. Mi lealtad es para con nuestra gente y la tuya debe ser igual. —exclamó mirándola con severidad.

—Esa es una bonita manera de obviar que me venden como una ramera. —cuestionó enojada. Su madre se detuvo en medio del pasillo repentinamente.

—Escúchame bien Seraphina Celestria. —inquirió con voz calmada. —Te conozco perfectamente, detrás de esa apariencia encantadora y sumisa, tienes una mente aguda y penetrante.

Seraphina tragó saliva, el ambiente se había vuelto pesado.

—Eso no es… —Se aclaró la garganta. —No es…

—¿Sabes cómo lo sé? —preguntó interrumpiéndola. —Porque fui yo quien te entreno. —susurró soltando y llevando las manos hacía su rostro. La princesa gimió al sentir las uñas clavándose en su piel. —Así que mientras estés allá has algo útil y averigua todo lo que puedas. —inquirió aumentando la presión en sus mejillas.

—Suéltame. —siseó apartando el rostro. —Sé perfectamente cual es mi deber para con mi reino. —aclaró sintiendo ardor en la cara. ¿Le dejaría algún rasguño?

 —Me alegras que lo recuerdes. —respondió con una pérfida sonrisa.

Los ojos de la reina centelleaban mostrando un brillo transparente que a cualquiera le hubiese resultado encantador, pero que a ella le causaba terror.

—Eres hija de Celestria, no lo olvides. —Eso dio por terminada la charla.

Continuaron caminando junto ambos sequitos hacía el jardín, lo único que se escuchaba era las decenas de pisadas. Seraphina era consciente de la tensión palpable que se respiraba en el entorno, por ello agradeció cuando llegaron al comedor.

Los guardias abrieron inmediatamente la puerta, dentro ya las esperaban su padre y el que supuso sería el emisario, quien parecía disfrutar de una copa de vino. Seraphina contuvo una mueca.

—Saludos al sol de Celestria. —dijeron ella y la reina al unisonó.

—Bienvenidas, solo faltaban ustedes. —afirmó su padre de vuelta.

—Lamentamos la espera, majestad. —se disculpó su madre tomando asiento a la derecha del rey. —Pase buscando a Seraphina y nos entretuvimos charlando. —La princesa se sentó en la silla libre que quedaba del lado izquierdo.

—Muy bien, no hagamos esperar a nuestro invitado. —Le hizo una señal al mayordomo para que sirviera. —No dejaremos que pongan en duda la hospitalidad de Celestria. —señaló con cierta jocosidad en su voz.

Una vez la comida estuvo en sus platos, comenzaron a disfrutarla. Su padre solía decir que ninguna conversación importante debía llevarse a cabo con el estómago vacío. Eso explicaba claramente la sopa de semillas de sésamo que pusieron frente a ella.

—Estoy seguro de que jamás ha probado una delicia como esta. —le comentó su padre al emisario en un tono jactancioso.

—Probablemente esté en lo cierto, majestad. —dijo dándole la razón.

Seraphina observó detalladamente la expresión del invitado. Conocía perfectamente aquel gesto que esbozaba, porque era el mismo que ella hacía diariamente: La sonrisa de cortesano que desea esconder su verdadera opinión.

La comida continúo en silencio, aunque Seraphina se sentía asfixiada, como si estuviese en medio de un campo de batalla. ¿Cuándo empezarían a sacar las armas?

Los sirvientes se llevaron los platos vacíos y dejaron otros que contenían pato asado y verduras. Rogaba para que al menos esperaran hasta el postre para discutir, no tuvo suerte.

—Creo que ya fue suficiente comida para mí, explotare si pruebo algo más. —comentó el emisario. A lo mejor pensó que esas palabras sonarían graciosas, pero solo aumentaron la incomodidad. Tosió una vez. —Ocupémonos de lo que nos interesa. —apremió poniéndose de pie.

Seraphina notó por el rabillo del ojo que su madre tensaba la mandíbula. Le alegraba saber que no era la única que odiaba esa estúpida idea. Al menos algo de apoyo le serviría.

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