Capítulo 2

—Déjeme ayudarla, alteza. Sus padres ya esperan por usted. —Seraphina asintió y abrió la puerta del carruaje para bajarse. —Con cuidado. —dijo la mujer al ver que casi caía de rodillas. “¿Por qué no están esperándome los reyes aquí?”

Aquel pensamiento le provoco unas fuertes nauseas.

Las piernas de Seraphina habían cedido momentáneamente debido al tiempo que paso sentada en la misma posición dentro de la carroza. Por suerte su nana le permitió usarla como apoyo mientras se recuperaba correctamente.

—Muchas gracias por traerla sana y salva, Sir Gareth. —agradeció a su caballero, que solo asintió sin más, despidiéndose con una ligera reverencia.

—Disculpen, esto es bastante encantador, pero creo que…—Seraphina no pudo terminar la oración, pues de repente todo a su alrededor se volvió oscuro.

Paso por mucho durante la noche, majestad. —Alguien estaba hablando con su madre. —Es horrible lo que esos demonios le hicieron al templo de la diosa Solara. —exclamó con rabia. —Debemos dejar descansar a la princesa por ahora.

Así lo haremos, muchas gracias por venir doctora. —Aquella voz si le era conocida, ¿cómo no? La había escuchado desde que tenía memoria. —Mi estrella Oscura, tranquila, ya estás en casa. —Unos suaves labios le besaron la frente.

La doctora debió haberle inyectado alguna especie de somnífero, pues pronto se vio arrastrada por las lagunas de la inconciencia. Al menos seguiría ignorando.

—¿Dónde estoy? —No sabía cuanto tiempo había pasado, ni la cantidad de horas que llevaba dormida. Le dolía un poco la cabeza, pero ya no tenía nauseas.

—¡Alteza, ya despertó! —Una de las sirvientas vino corriendo a la orilla de la cama. —¡Gracias a los dioses que abrió los ojos! —Puso una mano por detrás de su cabeza para ayudarla a sentarse. —¿Quiere que le traiga un poco de agua?

Seraphina se mostró de acuerdo, sentía demasiada sed.

La muchacha fue inmediatamente a servirle lo que pedía y le tendió el vaso con cuidado. Seraphina bebió de un solo tragó el contenido, su dolor de cabeza menguaba exponencialmente después de haberse hidratado a conciencia.

—Te lo agradezco, me siento mejor. —aseguró devolviéndole el vaso. Seraphina dejó caer su cabeza sobre la almohada y cerró los ojos por un momento.

—¿Le molesta si abro las cortinas, alteza? —preguntó la sirvienta.

Seraphina ahora entendía porque su alcoba no parecía encajar del todo. Asintió con la cabeza y fue directamente a la ventana, corriendo las cortinas de seda blanca. La repentina claridad le molesto en la vista, por lo que tuvo que apretar más sus ojos con fuerza para relajarse y acostumbrarse a tanta luz.

De repente tocaron la puerta, la joven se disculpó y fue a atender. Le pareció que estaban en medio de una conversación, pero hablaban en voz demasiado baja como para que pudiese comprender del todos sus palabras.

Escuchó como cerraban la puerta nuevamente y las pisadas de la sirvienta.

—Alteza… El rey y la reina quieren verla ahora mismo. —informó cautelosamente. —¿Se siente lo suficientemente bien como para caminar?

Para nadie era un secreto la distante relación que los reyes mantenían con su hija menor. Incluso fomentaban rumores horribles sobre porqué la enviaron al templo.

—Si, ayúdame a vestirme. —ordenó moviendo las sábanas para levantarse.

La muchacha asintió y cumplió con su petición de inmediato.

No tardo mucho en estar preparada. Le habían colocado un vestido azul celeste, ribeteado con hilo dorado que parecía brillar con cada paso que daba. También llevaba unas zapatillas del mismo color. Su cabello lo usaba recogido en una trenza y la cascada plateada le caía sobre la cintura. Detestaba aquel color.

Había decidido no usar ningún accesorio. En el templo no se lo permitían.

La costumbre se le quedo, lo único que lucía era la pequeña tiara protocolar.

—Definitivamente es usted la mujer más hermosa de Celestria, Alteza.

Seraphina sonrió delicadamente, estaba acostumbrada a aquel halago. Desde pequeña solían decírselo, llego un punto en que era una simple frase vacía.

—Salgamos, sus majestades deben estar esperándome. —afirmó dándose la vuelta en dirección hacía la puerta de su habitación.

Fuera de la alcoba la esperaban el resto del sequito que normalmente la acompañaban. La mayoría de las demás de honor eran hijas de nobles que la atendían y entretenían cuando iba al palacio. No recordaba a quienes conocía desde niña y a quienes no, los rostros eran confusos en su memoria.

La verdad es que todos le daban exactamente igual en aquel punto.

Seraphina fingió reconocerlos obsequiándoles un movimiento de cabeza y les paso, por un lado. No tuvo que voltearse para saber que la seguían, sus pasos las delataban por completo. A esa hora ya se encontraban demasiados empleados cumpliendo con cada una de sus tareas. La joven sentía las miradas de desconocidos cargadas de curiosidad sobre ella, no le sorprendían del todo.

Para muchas de esas personas era la primera vez y probablemente la última que la veían. Seguramente los nuevos ni siquiera sabían de ella hasta ahora, su existencia era un secreto a voces para la mayoría de los habitantes del reino.

Seraphina trato de no sentirse pequeña ante aquella presión. Así continuo hasta que llegaron a la sala del trono, los guardias que custodiaban la entrada le hicieron una reverencia y abrieron la enorme puerta de hierro. La princesa suspiró.

—Majestades. —saludó entrando y arrodillándose frente a ellos. —Que la diosa bendiga al sol y la luna de Celestria. —anunció uniendo ambas manos en señal de respeto.

—Bienvenida nuevamente a casa, princesa Seraphina. —dijo su padre de vuelta. Seraphina levantó la cabeza hacía el rey de sus tierras, estaba algo nerviosa.

—Estoy feliz de regresar, padre. —respondió monótonamente.

—Ponte de pie, estrella oscura. —Su atención viajo hasta su madre, quien lucía tan radiante como la mismísima primavera. Seraphina contuvo la mueca que pugnaba por formarse en sus labios.

Aún después de tantos años oyéndolo, aquel apodo seguía molestándole. La piel se le había puesto de gallina al escucharlo.

—También es bueno verte, madre. —repitió poniéndose lentamente de pie. Se relajo al ver que ni la concubina de su padre, ni su medio hermano Lucien se encontraban presentes en su recibimiento. “Gracias a los dioses”, pensó tranquila.

En realidad, a excepción de ellos tres, solo contaban con la compañía del consejero real de su padre, pues sus damas la esperaban fuera del salón. Seraphina saludó al hombre con una inclinación de cabeza que este respondió igual.

—¿Qué tal fue tu viaje? —preguntó el rey escuetamente.

Seraphina enarcó una ceja ante aquella pregunta. ¿De verdad la estaba interrogando sobre ello? Debía ser una m*****a broma, podía sentir las puntas de su cabello temblar al notar que sus emociones empezaban a escalar rápidamente.

—Al menos estoy viva, no puedo decir lo mismo del resto. —El rey la miró duramente, como instándola a callar. —¿Qué fue lo que sucedió? ¿Por qué atacaron el templo en medio de la noche? —cuestionó totalmente indignada.

—Te estás tomando atribuciones que no te corresponden, princesa Seraphina. —declaró su padre duramente. No parecía especialmente contento con ello.

¿Atribuciones que no le correspondían? Era su gente la que había sido completamente masacrada y de una manera totalmente inhumana. Por su puesto que era de su incumbencia. Aquello era lo que deseaba gritarles, pero lamentablemente no encontró el valor para decirlo.

Ambos reyes se miraron al mismo tiempo y segundos después aparentemente llegaron a un acuerdo, porque inmediatamente se enderezaron.

—El ataque fue orquestado por Drakmoria. —empezó su madre lentamente. —Al parecer el rey Thorian envió un emisario al palacio ayer… —La reina Elowen hizo una pausa. —Quieren declararnos la guerra. —dijo golpeando el trono.

Eso explica el dragón que vi en medio del fuego anoche”.

—Nos pusieron una condición para detenerse. —Seraphina presentía que no le iba a gustar lo que dijera. —Te quiere a ti, quiere que te conviertas de en su concubina. —La princesa miró a su padre, deseando que eso fuera una mala broma.

—Jamás. —contestó de inmediato. —No me volveré un títere de ese tirano.

Ambos pares de ojos idénticos a los suyos la observaron con lastima. Le sorprendía el parecido que compartían sus padres entre ellos, cualquiera diría que eran familia (tenía entendido que los abuelos de ambos habían sido hermanos).

—El reino sucumbirá si rechazamos su oferta. —aseguró su padre.

Seraphina apretó los dientes, sabía que nunca fue especialmente querida por su padre, pero entendía que la sometiera a tal humillación, ella seguía siendo una princesa. Era heredera de la dinastía de la antigua reina, cuyo nombre compartía.

—Debe existir otra manera, algo que puedan negociar. —insistió de nuevo.

Su madre seguía manteniéndose impasible, luciendo hermosamente fría.

—Ya hemos dado nuestra palabra, marcharas mañana mismo a Eclipasia. —Seraphina comenzó a negar. —Eres una princesa y es tu deber para con el reino.

Las palabras eran tangentes, nada de lo que hiciera podía hacerla cambiar de opinión. Su destino había quedado sellado a partir de ahora. La sola idea de ser una concubina de aquel hombre le provocaba nauseas, la habían vendido como ganado.

—Cumpliré con sus órdenes, majestades. —respondió asintiendo.

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