2. Vuelta al hogar.
Me tomé quince días de vacaciones en el trabajo. Al señor Swan, mi jefe, casi le da un infarto cuando le avisé de ello, pues al ser su contable más eficaz, temía que sus finanzas se fueran al cuerno si yo no estaba en mi lugar.
Era contable en la famosa empresa financiera The Wolfcer, y me iba muy bien.
Cómo era de esperar, todo se fue por el desagüe al llegar a casa. Para empezar, mi maleta se había extraviado, y para terminar tuve que alquilar un coche para ir a la aldea, pues no había ni un maldito autobús disponible para viajar hasta allá.
Imaginaos mi cara, yo, que iba con mis caros zapatos de Luis Buitons y mi vestido de Carolina Herrera, cogiendo una camioneta maloliente para ir a casa, por aquellas horribles carreteras de barro, escuchando música country, mientras daba vueltas al viejo mapa que me había conseguido el mismo tipo al que pertenecía el auto, intentando encontrar el lugar correcto para llegar a The Green House.
Un hoyo en mitad de la carretera hizo que me diese un golpe en la cabeza, que dolió horrores, y me hizo replantearme todo el viaje y hasta mi propia existencia.
Era cierto, me odiaba terriblemente, odiaba haberme marchado hace veinte años, no estaba arrepentida, pero lo odiaba, porque dejé atrás a una hermosa personita, a alguien a quién perdí dos primaveras después, alguien de quién no pude siquiera despedirme porque no me enteré que se marchaba hasta que no fue demasiado tarde.
Odiaba ser tan orgullosa y persistente, odiaba haber perdido la virginidad con Tyler Pitt, haberle dejado después de que mi madre nos descubriese en el granero.
Odiaba haber sido tan poco comunicativa con mis hermanos, haberme alejado de las personas que intentaban ayudarme, haberme ido sin despedirme.
Odiaba odiar los bichos, ser tan materialista, fría y tosca con todos los que se me acercaban. Odiaba tener un carácter de m****a, haber empujado a ese tonto amigo que seguía a Tyler a todas partes.
Odiaba… simplemente odiaba ser Sarah Porter, al menos la Sarah que solía ser en el pasado, esa que aún existía en mis pesadillas y en mi piel, aunque la hubiese dejado cautiva bajo mi coraza, incapaz de salir a la luz, pero ella aún seguía ahí, dolida y ultrajada después de haber sido despojada de todo lo que amaba.
La camioneta hizo un ruido extraño cuando me encontraba cerca de la granja de los Pitt, haciéndome salir de mis pensamientos, dándome cuenta de que había encallado, y parecía imposible, por más que aceleraba, que pudiese salir de aquel enorme agujero lleno de barro en el que aquel estúpido auto se había metido.
Me bajé del auto, cansada de aquellas sucesiones de catastróficos acontecimientos, me arremangué el vestido, con temor a mancharlo, admirando como me llenaba de barro mis preciados tacones, haciendo que mi mal humor creciese por momentos.
Grité de rabia, mientras le daba un golpe con la mano al capó del coche, y un par de patadas a la rueda que aún se mantenía a flote.
Decidí ignorarle por completo, a aquel pueblerino palurdo y asqueroso. Y volví a introducirme en el coche, para volver a intentar salir de allí, pero era en vano, no había forma de hacerlo, cada vez que metía la marcha y pisaba el acelerador, tan sólo conseguía hundir más la rueda derecha en el lodo.
Saqué el pie de aquella trampa, como pude, y me quité mis lastimados zapatos, para luego meterlos en la camioneta y dejarlos allí, junto a mi bolso, volviendo a enfrentar a aquel bruto, saltando el agujero por el que acababa de caerse mi pie, encontrando más tierra blanda cayendo de bruces sobre aquel idiota.
Atravesamos la colina y en tan sólo quince minutos llegamos a un enorme campo lleno de maíz, en el que apenas se podía ver más allá de él. Lo recorrimos en silencio, hasta llegar a una pequeña granja. La reconocí en seguida, y supe en ese justo instante quién era aquel palurdo que me había ayudado: Caleb Stormell.
¡Dios! Aquello no podía estar pasándome.