49. Mensaje
Sus palabras habían flotado entre nosotros, donde todo había desaparecido. Tomó mi mano mirándome de manera delicada. Sus ojos, los cuales parecían siempre los de un león cazador listo para devorar, en esos momentos tenían un aire especial. Tomó mi mano con ternura, y entonces lo vi. Él estaba rodeado de tantos colores que era imposible no sentirse abrumada. Los destellos en su mirada estaban cargados de emociones, no de imponencia ni dominación, sino de algo más. Acarició con su pulgar la palma de mi mano.
No debía perseguir, buscar ni alejarme, solo quedarme con él. Sus palabras buscaban darme seguridad y, por esa noche… me la dio.
Ambos, sin dejar de contemplarnos, sonreímos. No era una sonrisa amable o alegre; era de esas típicas que se daban los adolescentes.
—Si ya tuviste tu descarga de locura, ¿podemos ir a otro lugar?
—¿Una salida? Y si, por ejemplo, estoy cansada y no quiero moverme, ¿qué piensas hacer?
Sus ojos coloridos centelleaban. La sonrisa que tenía llegaba hasta sus