43. Mi corazón cayó al suelo
Edward me sujetaba la pierna con una fuerza que, para su edad, era sorprendente. Había hecho unas galletas y, aunque intentara negarlo, quise hacerle un par a Dante. Él había estado la mayor parte del tiempo callado cuando estábamos en la casa de Nickolas; ni siquiera respondió con un comentario sarcástico cuando este le insinuó algo. Miró la bandeja de galletas, su mirada colorida se suavizó y, con una sonrisa tan sutil que apenas fue perceptible, movió la mano:
—Ya que hicieron las galletas, me encantaría probarlas.
Esas palabras fueron mágicas. Edward me soltó, dirigiéndose hacia su padre y sentándose en sus piernas. Mientras él hacía eso, acerqué la bandeja con las galletas, colocándola con delicadeza en su escritorio.
—Papi, mami dice que si me porto bien iremos al parque grande este fin de semana. ¿Podemos?
—Claro que sí, piccolo (pequeño) —respondía con calma—. Me aseguraré de que tengas todo lo que quieras.
La conversación de ellos iba amena. Mientras me alejaba de su escri