Livana apretó a su cachorro contra su pecho sintiéndose cada vez más débil y temblorosa.
Estaba muy cansada.
Acababa de dar a luz, sin embargo, aquella era la única manera de hacerlo.
No podía retrasarlo más.
Valerio jamás le permitiría escapar.
Para él siempre sería su esclava.
Y además, ¿Qué quería que hiciera ahí después de todo?
No iba a servirlo siempre.
Ella había nacido para gobernar una manada.
No para esto.
—Tranquilo, cachorro.
Te prometo que estarás a salvo.
¿Cómo debo llamarte?
Livana sonrió completamente derretida al mirar los bonitos ojos de su cachorrito y se detuvo por un segundo para descansar.
Ya había corrido lo suficiente.
—Agnar.
Ese será tu nombre.
¿Te gusta?
El cachorro le respondió con una sonrisa como si le respondiera y ella sintió tanto amor por ese niño.
Besó su mejilla para volver a caminar.
Sin embargo, de repente escuchó un gruñido antes de que el cuerpo grande y fibroso de Valerio la interceptara.
Livana gimió abriendo los ojos sin poder creer verlo ahí