88. MIEDO

Sin embargo, antes de que Manuel pudiera dar respuesta, Nadir se adelantó y, con un ímpetu protector, arrebató a Lianet de sus brazos, envolviéndola en un abrazo que pretendía ser un escudo contra el mundo. Su corazón latía desbocado, al unísono con el de Lianet, cuyos oídos aún resonaban con las palabras temerosas de su padre:

"No puedo perderte a ti también, no puedo". ¿A quién más había perdido su padre? ¿Acaso se refería a su madre?

Lianet se aferró a su prometido, buscando en él la fuerza para no sucumbir ante la sola idea. Era inconcebible pensar que su madre, pilar de amor y devoción para su padre y para ella, pudiera abandonarlos. No, ella jamás se iría sin despedirse. No podía ser verdad. La sola posibilidad era un abismo que amenazaba con engullirla, y solo el firme abrazo de Nadir la mantenía en pie.

La mente de Lianet era un torbellino de emociones y preguntas sin respuesta. La mirada angustiada de su padre había encendido una llama de inquietud que no podía apagar. N
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