99. EL MENSAJE DE CECILIA
Las palabras de Nadir cayeron sobre Lianet como una lluvia de pétalos, suaves y reconfortantes. Sus ojos se inundaron de lágrimas ante tal muestra de solidaridad y cariño. No necesitaba mirar a su alrededor para sentir el apoyo incondicional de sus amigos; bastó con ver a su padre, quien a pesar de la debilidad que aún lo aquejaba, sonreía y asentía con un gesto leve pero lleno de gratitud y amor.
En ese instante, Lianet supo que la recuperación de Manuel sería tejida no solo con medicinas y cuidados médicos, sino con el hilo invisible e indestructible del amor familiar y la amistad.
Los ojos de Lianet se llenaron de lágrimas ante el gesto tan hermoso de todos sus amigos. Miró a su padre, quien sonrió asintiendo levemente, dándole su bendición sin necesidad de palabras.
—Eso es genial —dijo Lianet, apretando la mano de su padre con ternura.
El viaje transcurrió sin contratiempos; Manuel lo pasó dormido, ajeno al movimiento a su alrededor. Los caballos también viajaron con calma, in