ÉLISE
El perfume de la habitación aún está pegado a mi piel, a pesar del agua fresca que he pasado por mi rostro y mi cuello. He intentado borrar las huellas de sus manos, disciplinar mi cabello, devolver a mi maquillaje la ilusión de una velada que transcurre con normalidad. Pero nada puede enmascarar lo que él ha grabado en mí: una huella invisible, ardiente, que palpita bajo mi piel.
Cuando abro la puerta, él ya está listo. Traje de tres piezas negro, camisa inmaculada, corbata ajustada. Es de una elegancia glacial, cada botón perfectamente alineado, cada gesto controlado. Su mirada es serena, casi suave. Me tiende la mano como si nada hubiera pasado. Como si, una hora antes, no me hubiera empotrado contra un espejo para recordarme que le pertenecía.
Me estremezco a pesar de mí misma. Su sonrisa es discreta, pero la autoridad que se desprende de ella es innegable. Coloco mi mano en la suya, consciente de que en ese instante, me rindo a él una vez más.
— ¿Lista? murmura.
Asiento con