ÉLISE
No recuerdo el camino que lleva a la habitación.
Solo recuerdo sus manos.
De ese agarre firme, imperioso, que me atrae hacia él como si ya le perteneciera. Sus dedos se enroscan alrededor de mi muñeca, me guían por el pasillo débilmente iluminado. Cada paso resuena en mi pecho al ritmo desbocado de mi corazón.
Él no dice nada. Avanza, seguro de sí mismo, cada gesto calculado, como si siempre hubiera sabido que llegaríamos a esto.
La puerta se cierra tras nosotros con un golpe seco. La habitación está sumida en una semi-oscuridad: una lámpara de noche proyecta una luz cálida, casi ámbar, que dibuja sombras móviles en sus rasgos. La fragancia amaderada de Marcus llena el aire, mezclada con un olor a cuero y a noche.
Retrocedo un paso, por reflejo.
Él sonríe. Lentamente.
Una sonrisa oscura, carnívora.
— Quítate el vestido.
Su voz grave es baja, pero no es una petición: es una orden.
Mis manos tiemblan ligeramente al agarrar los tirantes de mi vestido. Bajo su mirada ardiente, cada