Lloro desconsoladamente. Esta soledad me está enloqueciendo. Y a mi memoria viene el recuerdo de aquellas patas calientes de lobo.
—¡Desgraciadoooo, mándame a mi maldito lobo para que duerma conmigo, o que me coma, o me torture! ¡No me importa, mándamelo! ¡No quiero estar sola, prefiero que me acompañe un lobo!—Quiero a mi lobo —digo entre sollozos—. Sí, seguro estoy loca, estoy pidiendo un lobo... —río descontroladamente—. ¡Un lobo! ¡Sí, quiero a mi lobo!—¿Cuánto tiempo lleva así, Mat? —preguntó Jacking sin dejar de mirar a Isis.—Todo el día y la noche, Jacking —respondió Mat.—¿Vas a ir a dormir con ella? —volvió a preguntar Jacking mirando a su lobo.—No lo sé. Todavía no creo que no sea ella, que esté jugando c