178. JULIETA A SALVO

Horacio sintió cómo un furioso remolino se agitaba en su interior. Su loba, Hor, estaba al borde de un rugido silencioso que amenazaba con consumirlos a ambos. Pero no dijo nada. Permitió que Julieta siguiera hablando, dejando que aquel río de sufrimiento se desbordara completamente.

—El día que te encontré en el club en Brasil. había escapado de ellos, al menos por unas horas. —Su voz temblaba con un dejo de esperanza rota—. Fue la primera vez en años que me sentí feliz, porque creí que podría huir contigo, bien lejos, pero luego desapareciste. Y entonces, ellos me encontraron nuevamente y me arrancaron esa breve ilusión.

Julieta bajó la mirada, sus hombros caídos, mientras murmuraba las últimas palabras, casi con incredulidad.

—Y ahora, después de eso… no sé cómo en estos quince días no han venido por mí. No lo entiendo —terminó ella todavía llorosa.

Horacio ya no pudo contenerlo. Sus ojos, húmedos por las lágrimas que intentó contener, la observaron con una mezcla de do
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