177. LA CONFESIÓN DE JULIETA
Horacio notó el cambio en el tono de Julieta; algo en ella parecía aproximarse al borde de una confesión. Iba a decir algo, pero se detuvo al ver que sus ojos se dirigían temerosos hacia otra pintura.
—¿Qué hacen Utukku y Wampira en ese cuadro? —preguntó ella, señalando la escena con un ligero temblor en su mano—. ¿Qué tienen que ver ustedes con ellos?
La reacción de su mitad fue inmediata y más profunda de lo que él esperaba. Sus ojos brillaban con un terror apenas contenido, un terror tan palpable que Horacio lo sintió como un golpe en el pecho. Julieta comenzó a temblar, y su respiración se volvió irregular. Sin dudarlo, él la abrazó con firmeza, envolviéndola entre sus brazos mientras desprendía feromonas para calmarla, buscando que su presencia la anclara en el momento presente.
—Ellos son dos de nuestros mayores enemigos —explicó mientras la sostenía, sus palabras intentando llenar de fuerza el vacío que crecía en ella—. Hemos pasado años persiguiéndolos, intentando darles