Él continuó su camino descendente hasta llegar a su intimidad, donde empezó a darle pequeños mordiscos que la hicieron explotar de placer. Sus dedos se introdujeron en su vagina, y su cintura comenzó a moverse sin que ella pudiera detenerla. Amet también gruñía. Lo miró por un instante y pareció frustrado. Ella salió de su agarre mientras le besaba el torso, tiró de su camisa y, con la mirada, le exigió que se quitara el pantalón.
¡Tenía que conseguir que su hombre se liberara de lo que lo estaba reteniendo!Lo besó con esmero, bajando hasta su cuello, mordiéndolo y chupándolo, sin dejar de moverse sobre su miembro. Sintió que estaba ganando la batalla al escuchar los gruñidos de placer que él emitía.— ¡Antoni! ¿Estás segura, cariño? —le preguntó, con una voz ronca