La oscuridad la envolvía mientras las voces preocupadas se desvanecían en su inconsciencia. El dolor en su cabeza era muy fuerte, quería despertar, pero algo la mantenía con los ojos cerrados. Además, estaba esa voz que la llamaba: Mi Luna, despierta mi Luna. Te cuidaré una eternidad.
De pronto el silencio, ese cruel silencio que la envolvía y la hacía desaparecer en la soledad que la rodeaba. Su miedo se hizo grande, sobre todo cuando comenzó a transformarse en imágenes nebulosas, como si atravesara un velo entre dos mundos: Se vio correr desesperada sujetando su enorme vientre. El dolor la desgarraba por dentro mientras se ocultaba entre los matorrales. Su vientre, enormemente abultado, apenas le permitía moverse con sigilo. Las contracciones eran cada vez más frecuentes, pero no podía gritar. No debía hacerlo. Seth estaba ahí fuera, busc&aacut