193. ¿ENTENDIENDO MAL?

HÉCTOR:

Y se lanza a mis brazos, besándome. La recibo, cayendo hacia atrás en la cama, muy feliz. Mi pecho se llena de alivio cuando esas palabras brotan de sus labios. Me cuesta no sonreír, pero no puedo contenerme al verla tan radiante, tan emocionada.  

—¡Soy tuyo, mi amor, soy tuyo, Meryt! —le susurro con suavidad, deseando envolverla con mis brazos y nunca dejarla ir—. Meryt, eres mía, solo mía, y yo soy tuyo, solo tuyo.  

—Si eres mío, no lo olvides, solo mío —dice y choca su frente feliz con la mía.  

Nos quedamos en silencio unos momentos escuchando nuestros corazones latir aceleradamente. Al separarnos, ella se queda mirándome, todavía con incredulidad y felicidad en sus ojos, y luego me toma de las manos. Las suyas tiemblan ligeramente, pero su calidez es inconfundible.  

—Siempre lo he sido, Meryt, te lo dije
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