Cuando nos dirigimos a nuestra casa, vemos a Teka que viene con las niñas. Antonieta, otra vez, está llorando. Amet corre, la abraza y la besa.
—¿Por qué lloras, cariño? —preguntó con ternura. —Es que pensé que te habías ido tú también —contestó entre sollozos. —No, cariño —se apresuró a decir Amet—. Fui a trabajar un momento. Pero, si ves, te dejé con personas que te quieren mucho. Y ahora regresé; vamos para la casa, cariño. Antonieta se aferra al brazo de Amet, temiendo que de un instante a otro él pudiera desvanecerse. Sus ojos, hinchados por tanto llanto, se clavan en él desesperadamente. Teka, quien observa todo en silencio, le acaricia el cabello con cuidado, como quien intenta reconfortar sin invadir. —Vamos —dice Amet con voz suave, dirig