La lluvia caía con furia sobre Grayhaven, transformando las calles en espejos oscuros donde se reflejaban luces mortecinas. Allyson Drake conducía la camioneta, con Mike Torres en el asiento del pasajero. El aire olía a humedad y a electricidad contenida.
—No me gusta esto —dijo Torres, observando por el retrovisor—. El ambiente está demasiado… quieto.
Drake apretó el volante. Su intuición coincidía. Desde la intrusión en su habitación, la sensación de ser observada era constante, como un frío reptando bajo la piel.
De pronto, un rugido metálico irrumpió. Un camión cisterna apareció en el carril contrario, derrapando como un animal herido. Las luces titilaban mientras la mole de acero se inclinaba, se sacudía y, con un estrépito, volcó de lado, bloqueando toda la autopista frente a ellos.
—¡Frena! —gritó Torres.
El chirrido de los frenos desgarró el silencio. La camioneta se detuvo a apenas unos metros de la pared improvisada de acero y gasolina que chisporroteaba en el asfalto. El co