Desperté envuelta en los fuertes brazos de mi compañero.
Él está acostado detrás de mí, mi espalda contra su pecho, con una mano sobre mi vientre. Me siento tan descansada. Podría pasarme todo el día en la cama así.
—Buenos días —susurré, acariciando suavemente su antebrazo, y luego le di un beso.
Espero que gima somnoliento, pero en lugar de eso habla con una voz totalmente despierta.
—Buenos días, Luna —inhala el aroma de mi cabello y luego muerde apasionadamente mi cuello.
Me recorren escalofríos por todo el cuerpo.
Entonces me susurra al oído:
—Quiero hacernos un hijo.
Me congelé de inmediato. De algún modo, todo es más fácil de hacer en la oscuridad. La mañana arroja una luz reveladora sobre lo que realmente somos.
Giré la cabeza noventa grados.
—No sabía que estabas despierto.
Él no cambia de tema, sino que me cubre el pecho con la mano, frotando su nariz contra mi oreja.
—Un heredero para la manada.
Tragué con dificultad. Uno al que tendrá que reclamar. Y si es desafiado por el