15.
AURORA
Llegué a casa con pasos lentos; el suave clic de la puerta resonó a mi espalda, anunciando mi llegada a un hogar que ya no sentía mío.
Ninguno de mis padres se molestó en levantar la mirada, en preguntar por las garras que aún cubría con mi mano temblorosa, llena de sangre.
Ellos podían olerla, saber que estaba herida, pero no hicieron nada.
Subí las escaleras con pesadez, las lágrimas cayendo suaves sobre cada escalón por el dolor que ya no soportaba.
Entré a mi habitación, pasando al baño, parándome frente al espejo para ver el grave daño que ella me había hecho.
Lloré con fuerza al ver lo que me hizo, cómo las garras abrieron la piel, deslizándose desde mi mejilla hasta casi tocar mis labios.
Me dejé caer al suelo, abrazando las rodillas a mi pecho mientras el dolor, que ya no solo era físico, parecía querer romperme.
¿Por qué? ¿Qué había hecho mal para que la diosa no me diera una loba?
Grité internamente, clavando mis uñas en los brazos de desesperación y rabia. Estaba can