No hubo sorpresa en sus ojos cuando vio que era Mafresa.
Cuando trabajaban juntas antes, sabía que era muy capaz, y si ella podía detectar a los que la emboscaban en el hotel, seguro que Mafresa también.
Justo después de conectar, llegó la voz ligeramente fría de Mafresa.
—Natalie, ¿has encontrado a esa gente en los alrededores del hotel?
—Sí, han venido a por mí.
—No, por nosotros exactamente.
El agarre del móvil de Natalie se tensó ligeramente y frunció el ceño: —No hemos venido a Yemen por la misma razón. ¿Por qué nos vigilan al mismo tiempo?
—Hay dos grupos de personas ahí fuera. No es conveniente hablar por teléfono. ¿Dónde estás ahora? Voy a buscarte.
Natalie no dio una dirección, sino una serie de números.
Media hora más tarde, Mafresa llegó a la puerta del hotel.
Sentada en el coche, Mafresa dijo con voz ronca: —El hotel ya no es seguro, ahora te mando a un lugar seguro.
Natalie frunció los labios y miró a Mafresa con escrutinio en los ojos.
—¿Qué haces en Yemen esta vez?
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