―Mamá… mamá… papá dice que es hora de levantarse. Que hoy es tu turno, levántate de una vez… ―La voz enérgica del pequeño niño rebotaba sobre el cuerpo de Selene, acompañada de saltos entusiastas sobre el colchón.

Selene soltó un quejido sordo, hundiendo la cara en la almohada, pero al abrir un ojo se encontró con la imagen que desarmaba cualquier intento de seguir durmiendo.

El pequeño Atlas estaba frente a ella, mostrando una sonrisa de oreja a oreja. Su cabello rojizo, una herencia vibrante de los Sartori, era un nido de rizos alborotados, y sus ojos de un verde claro —tan parecidos a los de su padre— brillaban con la intensidad de quien ha decidido que el mundo le pertenece.

El pequeño niño sin duda era perfecto a los ojos de Selene, fue por ello que, aunque estaba cubierta de amor por este, ella habló con pesadez, intentando sonar aburrida, aunque por dentro estuviese muerta de amor por aquel pequeño

―Atlas, ¿por qué estás tan animado hoy? ―preguntó Selene, estirando los brazos p