18. Sed de venganza

Aquella noche Marcos y Alma permanecieron todo el día distanciados y al caer la noche se acostaron uno al lado del otro sin pronunciar palabra. Alma hizo acopio de su voluntad para mantenerse callada, pero horas después esta flaqueó y se volvió hacia Marcos para decirle:

—No me gusta lo que está pasando. No me gusta estar enfadada contigo.

Marcos no respondió al instante. Tenía las manos atrás de la cabeza y la vista fija en el techo.

—Eso debiste pensarlo antes de poner a la sirvienta por encima de mí.

—No puse a Victoria por encima de ti —Alma levantó la cabeza y lo miró a los ojos—. Solo tomé una decisión y la hice respetar. Tú y tu madre siempre me están diciendo qué hacer y decidí que era suficiente.

El hombre guardó silencio y Alma le colocó una mano en el pecho y lo acarició. Anhelaba estar con él esta noche y necesitaba reconfortarlo, sin embargo, cuando ella le buscó los labios, él la rechazó.

—No puedes fingir que no ha pasado nada —gruñó Marcos. Se incorporó y tomó una almo
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