Capítulo 4
Esa tarde estaba en el cuarto de lavado, planchando una de las camisas de Henry.

Era una camisa azul cielo, de esas que se ponía cuando Madeline lo llevaba a alguna cena familiar "importante", fingiendo que yo no existía.

El siseo de la plancha contra el algodón, un sonido suave y rítmico, se había convertido en lo más parecido a la paz que tenía en esa casa.

Hasta que la puerta se abrió de golpe.

—¡Oye! ¿Qué haces?

La voz de Henry sonó cortante y fuerte, y el ruido de sus tenis rompió mi tranquilidad. Ni siquiera me di la vuelta.

—Planchando tu camisa.

—¿Esa? —preguntó, acercándose—. ¡Es mi favorita! Me la regaló Madeline.

Asentí mientras planchaba la última esquina.

—Sí, me imaginé. La dejaste hecha bola en el piso.

Suspiró con fastidio.

—Pues más te vale no arruinarla.

Estaba a punto de responderle cuando se abalanzó sobre la tabla para quitarme la camisa mientras yo todavía la planchaba.

La plancha se me resbaló. Me tembló la mano. Antes de que pudiera evitarlo, el borde caliente tocó la tela directamente y, en un parpadeo, una mancha oscura y horrible floreció sobre el pecho de la camisa.

El algodón impecable se volvió negro. Me quedé paralizada.

—¡¿Qué te pasa?! —gritó Henry—. ¿Te quieres desquitar conmigo? Estás celosa, ¿verdad? ¡Te da coraje que a mi papá y a mí solo nos importe Madeline!

Le di la espalda, tratando de calmar la presión que sentía en el corazón, pero él no se detuvo.

—¡Pues ya supéralo! Si fueras más buena conmigo, a lo mejor mi papá todavía te dejaría vivir aquí. Pero ahora… —Sonrió con malicia—. Ahora ya no estoy tan seguro.

Se me escapó una risa seca.

—Hablas igualito que tu papá.

Respiré hondo, coloqué la plancha en su base y, con calma, levanté la camisa arruinada.

—Está arruinada —dije simplemente.

Pasé a su lado, caminé hacia el bote de basura y la dejé caer adentro. Henry gritó.

—¡¿Estás loca?! ¡Era un regalo de Madeline! ¡Es lo más bonito que me han regalado!

Me volví hacia él, manteniendo la voz tranquila.

—Solo era una camisa, Henry.

Él perdió el control. Se le puso la cara roja y apretó los puños.

—¡Lo hiciste a propósito! ¡Solo estás celosa de Madeline! ¡Siempre lo arruinas todo!

Antes de que pudiera reaccionar, me empujó. Tropecé y caí hacia atrás con fuerza; mi espalda se estrelló contra la pared del pasillo.

Un dolor agudo me recorrió el hombro. Al perder el equilibrio, sentí que el piso desaparecía bajo mis pies y caí por las escaleras hasta que unos brazos me detuvieron. Eran fuertes, firmes.

Finn.

Acababa de entrar por la puerta principal, justo a tiempo para verme caer. Me sujetó antes de que golpeara el último escalón, atrayéndome hacia su pecho. Estaba temblando, no por la caída, sino por la tensión del momento.

Pero antes de que pudiera decir nada, la cara de Finn se contrajo de furia, pero no contra Henry, sino contra mí. Me dijo:

—¿En qué estabas pensando? ¡Casi matas a Henry del susto!

Henry bajó corriendo las escaleras detrás de nosotros, ya con sus lágrimas de cocodrilo listas.

—¡Papá, se puso como loca! Arruinó mi camisa a propósito, ¡me la había dado Madeline! ¡Luego me gritó y salió corriendo por las escaleras! ¡Yo intenté detenerla!

Me giré hacia Finn, mi voz temblaba, pero sonó distante.

—Él me empujó.

Finn ni siquiera parpadeó.

—De seguro le dijiste algo para provocarlo.

Me reí, una risa hueca y rota.

—Claro. Porque siempre es mi culpa, ¿no?

Sonreí entre las lágrimas que no dejaban de caer. Dije con voz suave:

—¿Sabes qué? Ya me cansé.

Hice una pausa, mi respiración era entrecortada.

—¿Quieren ser su pequeña familia feliz? Adelante. Ya no voy a ser un estorbo.

Me solté de sus brazos y retrocedí, poniendo distancia entre nosotros. Finn arrugó la frente y dio un paso hacia mí, pero yo seguí retrocediendo.

—Solo soy la extraña aquí, ¿no? Siempre lo he sido. Así que se los voy a poner fácil a todos. Me voy a ir de la casa. Me voy.

Sus ojos se abrieron con sorpresa.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste —no levanté la voz, solo me temblaba—. Me rindo. Me doy por vencida. No quiero nada de esto… de lo que sea que sea esto. No voy a volver. Nunca. ¿Eso es lo que querías?

Finn se rio con displicencia, como si no creyera ni una palabra de lo que yo decía.

—Por favor, no seas ridícula. Todos sabemos que estás locamente enamorada de mí. ¿Has oído de alguna princesa que abandone a su príncipe en un cuento de hadas? ¿No, verdad?

—Yo no soy tu princesa, Finn.

Se me quebró un poco la voz, pero le sostuve la mirada.

—Y vas a ver con tus propios ojos lo lejos que me puedo ir de ti.

Entonces me di la vuelta y me fui. Por un segundo, Finn no se movió, apretó los puños, como si intentara aferrarse a algo que ya se le escapaba de las manos.
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