He estado trabajando en mi florería en Richmond por más de un mes.
Mañanas serenas, calles silenciosas, el aroma a rosas frescas y lavanda… este era el tipo de vida que siempre había querido, pero nunca había tenido.
Garrick y la pequeña Cici pasaban a verme de vez en cuando.
Ella corría entre las macetas, riendo y rozando los pétalos con sus deditos como si fueran sus amigos.
Y Garrick siempre traía consigo una energía tranquila y amable. A diferencia de Finn, él no intentaba adueñarse del lugar en cuanto entraba.
Creí que aquí podría pasar desapercibida. Solo yo, mis flores y mi paz. Entonces sonó mi teléfono. Vi el nombre en la pantalla, Papá, y sentí una presión sobre mis hombros.
Respondí con un suspiro.
—Hola, papá.
Su voz sonaba cortante y molesta, como siempre.
—¿Qué está pasando contigo y con Finn? Me dijo que no sabe nada de ti desde hace semanas. Jillian, eres madre. No puedes andar con estas niñerías y desaparecer como si nada.
Ahí estaba. El sermón. Siempre a favor de Finn