Desde que le colgué a Finn esa noche, todo se calmó.
No volví a saber de él, al menos no directamente.
Mi padre era el único que llamaba de vez en cuando y, cada que lo hacía, era siempre el mismo cuento.
—Tienes que dejar de comportarte como una niña. Finn ha estado viajando por todo el mundo, cerrando negocios.
Sí, cómo no. Cerrando negocios.
Seguramente con Madeline sentada en sus piernas mientras firmaba los contratos. Pero no lo dije en voz alta. En su lugar, pregunté con calma:
—¿Y qué tal Madeline últimamente?
Papá suspiró, como si yo fuera la que no entraba en razón.
—No digas estupideces. Ella no es su esposa. Deja de ponerte celosa por una mujer que no tiene ningún papel legal en la familia.
Ahí fue cuando lo supe. Seguía viviendo en mi casa. Con mi hijo. Como si fuera una maldita madre sustituta.
No pregunté nada más. Solo colgué y me enfoqué en lo que importaba: mi florería, mi paz y la pequeña Cici, que sin saberlo se había convertido en lo mejor de mi nueva vida.
Una tard