El sótano estaba sumido en un silencio opresivo, pero el grupo sabía que ese silencio no era una victoria. Era una pausa, un instante suspendido antes de que la casa revelara su verdadero plan. Los grabados en las paredes, aunque ya apagados, parecían vigilar a los sobrevivientes; sus formas inmóviles proyectaban una energía aún palpable.
Alice, con los brazos cruzados, andaba dando vueltas cerca del sello. Sus ojos lanzaban destellos de ira y miedo. — ¿Por qué seguimos aquí? —gruñó—. Hemos hecho todo lo que ella quería. ¿Por qué no nos deja ir?
Marc, apoyado en la pared, negó con la cabeza. — Quizás ella no quiere que nos vayamos… o quizá nunca lo quiso.
Mathias, fatigado pero atento, murmuró: — No… No es eso. Este lugar… este ritual… Ellos esperan algo. Una decisión. Un último acto.
Lucas, en el centro del círculo, con los ojos cerrados, respiraba lentamente. Sentía el peso de sus vidas en sus manos. Y sabía, en lo más profundo, que el precio final sería terrible.
De repente, un esc