El amanecer se acercaba, pero las tinieblas en el aire parecían querer sofocar toda luz. Los recién llegados se habían reunido alrededor del grupo inicial, con miradas llenas de miedo y desconcierto. El lago, sereno y amenazante, brillaba suavemente bajo el titilar de las linternas. Lucas sentía el peso de cada mirada sobre él: la de sus amigos antiguos y nuevos, la del pasado, y quizá incluso la de la propia casa.
Sarah, todavía temblorosa, fijó a Lucas con insistencia. – Dices que este lago es una prisión, ¿pero por qué nosotros? ¿Por qué estamos aquí? Esta casa nos atrajo, pero… no tenemos nada que ver con esta historia.
Marc, siempre desconfiado, gruñó suavemente. – Si es verdad, entonces quizás deberíamos irnos. ¿Por qué permanecer aquí para arreglar algo que no nos concierne?
Alice, irritada, explotó antes de que Lucas pudiera responder. – ¿De verdad creen que no hemos intentado irnos? ¡Lo hemos intentado todo! Esta casa, este lago, no nos dejan marchar. Y ahora que ustedes está