Joaquín fue más directo todavía:
—Esto parece un velorio, no una fiesta.
Ricardo le dio un codazo suave:
—Oye, es el día de la boda, ¿no crees que deberíamos decir cosas más positivas?
Alejandro ni se inmutó.
Estaba como si nada.
Ricardo y Joaquín se miraron.
—Alejandro, todavía puedes echarte para atrás, ¿eh…?
Alejandro soltó aire con fastidio:
—Ella anda con otro tipo en frente mío, ¿por qué yo no podría casarme también?
Ricardo se rascó la cabeza, pensando: “¿Todavía le duele eso? Si ya se separaron, cada quien por su lado. Es cosa de ellos.”
El tiempo fue pasando.
Victoria se acercó para llamar a Alejandro a la sala principal.
El lugar donde era la ceremonia estaba decorado como en un cuento, lleno de flores frescas traídas en avión, todo carísimo.
Cada cosa que había costaba un ojo de la cara.
Se decía que solo una mesa del banquete salía en más de un millón.
El vino tinto y blanco era de lo mejor.
Victoria había invertido muchísimo para poder casar a María con Alejandro.
La canti