—Estoy muy dispuesto a ayudarte —dijo Sebastián, mirando hacia ella.
Luciana miraba al frente, seria.
—Ya te agradezco mucho que me hayas traído por respeto al profesor Manolo y que me hayas dado la oportunidad de aprender. No me siento con derecho a molestarte también con mis problemas personales.
En su cabeza, tenía clara una cosa.
Uno no debe abusar de la amabilidad de los demás.
Sabía dónde estaba el límite.
Aunque Sebastián había sido muy atento con ella, Luciana sabía que debía mantenerse prudente.
Si te dan la mano, no debes agarrar el brazo.
Si Sebastián pudiera oír lo que pensaba, seguro diría: “Ojalá te atrevieras a pedir más de mí.”
Sebastián, con las manos en el volante, suspiró un poco. Esa capacidad de mantener distancia, que normalmente era algo bueno, en ese momento se sentía como una barrera.
—Abogado Campos, ¿me puede dejar en la esquina de esa calle? —dijo Luciana, señalando.
Por esa calle se entraba a un gran centro comercial.
Ya quería ir a comprar unas cosas, pero