El profesor Manolo se mostró sorprendido por un instante, pero luego sonrió, comprensivo, y le dio una palmada en el hombro al abogado Sebastián. No dijo nada, pero ese gesto lo dijo todo.
Parecía que se había preocupado demasiado. Si Sebastián tenía interés, sabría tomar la iniciativa.
No necesitaba que nadie lo impulsara.
—Espero buenas noticias —dijo el profesor Manolo, lleno de esperanza.
Luciana no entendía nada. Miraba al profesor, luego a Sebastián, sin saber a qué se referían.
—Bueno, váyanse ya. Cuídense—dijo el profesor Manolo y cerró la puerta.
—Vamos —dijo Sebastián.
—Sí —asintió Luciana.
El viejo edificio no tenía ascensor, así que bajaron por las escaleras.
Las luces con sensor se iban encendiendo mientras bajaban.
La luz proyectaba sus sombras alargadas sobre las paredes.
En el auto, de regreso, Sebastián conducía en silencio. El ambiente dentro era tranquilo, ninguno hablaba.
—Eh… Sebastián, aunque el profesor Manolo fue mi profesor, para mí es como de la familia. Me en