Luciana no tenía fuerzas para escapar. Solo podía hablar para tratar de despertar la conciencia de Andrés.
—Nos conocemos desde hace ocho años. Aunque no haya amor entre nosotros… siempre te he considerado mi mejor amigo. Confiaba tanto en ti… Si realmente me haces algo… también sería un delito. Y yo… yo nunca te lo perdonaría…
Andrés respondió con una risa completamente desquiciada.
Luciana se erizó. La maldad en el corazón de Andrés era asfixiante.
—Después de que hagamos el amor, te enamorarás de mí. Es deseo entre hombre y mujer, ¿de qué delito hablas? —dijo, mientras se desabrochaba los botones de su abrigo.
—¿Sabes? Nunca he amado a otra mujer que no seas tú.
Sus dedos rozaron el cuello de Luciana, pálido y delicado.
Todo su cuerpo reaccionó con un rechazo visceral.
Cada poro de su piel protestaba.
Andrés sonrió, y habló en voz baja y ronca.
—Soy un hombre normal. También tengo necesidades. ¿Sabes cómo me las arreglo?
Luciana era el objeto de sus fantasías.
Cada vez que se mastu