Capítulo II

Massimo Onuris

Se veía simplemente hermosa. No cabía duda de que todo le quedaba perfecto, en cambio, yo estaba hecho un atado de nervios. Ni la corbata había podido colocarme bien. Solté un suspiro y tomé su mano, desfilé con el rostro altivo como nunca lo había hecho. Sabía que la mujer que estaba a mi lado no tenía nada que ocultarme, por lo que con ella me luciría en cualquier parte del mundo.

Simplemente, Dulce era una dama en todo lo que va de la palabra.

Respondí a algunos de los reporteros presentes, sobre todo, a los de los periódicos de intereses para la empresa. Luego de eso, entramos en el edificio y mi emoción no pudo más; me lleve a la pequeña pelinegra a un despacho en donde solo estábamos nosotros. Allí le pedí que hiciera el nudo de mi corbata y sintiéndome un niñato, la besé.

Besé esos labios puros y tiernos. Les traía unas ganas. Fue increíble poder sentirla, explorar su boca, mimarla como solo ella se lo merece. Me aparté sabiendo que debía darnos una oportunidad para recuperar el aire perdido de nuestros pulmones. Sonreí como un bobo antes de sacarla de allí para que todo mundo pudiera admirar a mi hermosa compañera.

Camine directamente hasta la mesa que mi hermana había reservado para sus invitados más cercanos, compartir entre ellos con Dulce a mi lado fue muy fácil. Muchos ya la conocían o la habían visto a mi lado. Con otros era cercana, como Samanta y Kay, mientras que otros no la conocían, pero la veían con gran admiración. Estaba orgulloso.

Luego de algunos discursos, algunas exposiciones y agradecimientos, la música comenzó a sonar. Me preparé para poder tomar a Dulce y bailar un rato, de esa forma, tener la oportunidad de hablar con ella sin ser interrumpidos.

―Querido ―escuché y maldije por lo bajo. Era Georgina, una vieja amiga de la familia con quien había tenido un romance años atrás―. ¡Por dios! ¿Tú en un evento como este? ―sonrió―. Tu hermana debe haberte arrastrado aquí ―menciona y solo sonrió.

―Georgina, ¿Cómo estás? ―la saludo con dos besos―. Te presento… ―tomo la mano de Dulce, pero soy interrumpido.

―Tu asistente ―sonríe y pone una de sus manos en mi pecho―. Lo sé, la he visto ―su simpatía sobreactuada es lo peor―. Querida, ¡qué bello vestido! Debes haber gastado un sueldo en él ―me mordí la lengua.

―No, mi pareja de esta noche ―sonrío triunfante―. Dulce, no es mi asistente ―veo su cara desfigurarse―. Vida mía ―me dirijo a la belleza a mi lado―. ¿Me concedes esta pieza? ―ella solo asiente―. Permiso, Georgina ―pedí, dejándola atrás con su desdén.

Lento, pero con precisión caminamos hacia la pista de baile. Allí comenzó a sonar algo de vals, había pagado para poder bailar esta canción junto a ella, por lo que la aproveché. Me gustó saber que ella estaba cómoda, me hizo reír con el comentario sobre el breve saludo de mi ex. Dulce sabía perfectamente quién era y solo le restó importancia.

Es raro poder conversar con alguien tan abiertamente. ¿Que más le podía esconder? Había sido ella en varias ocasiones quien le había enviado una tarjeta y flores a más de una de mis conquistas, también quien había tenido que lidiar con más de una, a la hora de terminar mis relaciones. Pero siempre fue ella, desde la primera vez, desde que la tuve cerca. Si esto no es amor, ¿qué más puede ser?

―Tu hermana te está esperando ―dijo de pronto y asentí ―. Iré a empolvarme la nariz ―sonrió y soltó mi mano por primera vez. La vi perderse entre la gente y pronto fue mi hermana quien me tomó del brazo.

―¿Se lo dijiste? ―preguntó y negué con la cabeza―. ¿Se lo dirás?

―Eso quiero, pero no sé cómo comenzar ―levanté los hombros―. Justo cuando quise hablarle apareció Georgina ―asintió.

Me di cuenta, incluso vino a mi lado a reclamar ―rodó los ojos―. ¡Llévatela! ―casi gritó―. Aquí no podrán hablar. Vete con ella a alguna parte, un hotel, uno de tus apartamentos ―se encogió de hombros―. Pides algo de comer y hablan. ¿Qué podría salir mal? ―me lo pensé por unos segundos y le encontré la razón. Me despedí de ella y me fui en busca de Dulce.

Cada que avanzaba no faltaba el empresario o la celebridad conocida que me saludara. Demoré en llegar al pasillo de los sanitarios, pero antes de poder entrar me encontré con Robert Rossi, el dueño de la competencia del bufete. Le sonríe al darme cuenta de que estaba esperándome para decirme algo.

―Si me disculpas, estoy esperando a mi cita ―él rodó los ojos y asintió, para luego beber de su copa.

―Vienes con tu asistente, no me digas que es tu cita ―rodé los ojos―. Pensé que salías con Georgina, la modelo.

―Ni la una, ni la otra, solo son negocios ―le sonreí y sin esperar respuesta. Caminé un par de pasos más y fue Dulce quien salió del baño―. ¿Quieres irte? ―pregunté y ella asintió.

―Por favor, este ambiente me fatiga ―entendí enseguida.

No pregunté dónde quería ir, tampoco ella preguntó dónde la llevaría, solo salimos del lugar y nos montamos en mi carro. Le envié a mi equipo de seguridad que se quedaran junto a mi hermana para su seguridad.

Hice caso a mi hermana, la lleve a una de mis casas, una que era algo especial. No había mucho en ese lugar, mi sueño siempre había sido vivir allí algún día con la familia que armaría, pero eso jamás sucedió. ¿Y si ella es mi felices para siempre? Mi mente me estaba jugando una mala pasada, nunca le hable de sentimientos a Dulce, pero sé que ella no es una mujer cualquiera.

Abrí el portón y estacioné el carro, estaba todo muy bien arreglado. Me gustaba el gran jardín que tenía este lugar. Para mi mala suerte, no tenía las llaves. De pronto algunas gotas comenzaron a caer, se había puesto a llover. ¡Esto era increíble!

―Ven – Dulce tomó mi mano e hice que me siguiera―. Creo que esto está abierto ―empujo la puerta del domo invernadero y este estaba abierto―. Qué suerte ―sonreía.

―Esto es lindo, no lo había visto ―confesé, viendo como estaba todo bien arreglado y lleno de flores―. Sentémonos ―le pedí y ella asintió―. ¿Te gustó el evento?

―Sí, está todo muy bello, agradézcale a su hermana por la invitación y el lugar que me dio ―sonrió, me gustaba su sencillez, pero que me tratara de usted me estaba molestando.

―Dime Massimo ―asintió―. Me gusta como suena mi nombre en tus labios ―el silencio se hizo, la verdad es que la tensión entre los dos era palpable.

Por inercia y por deseo, me acerqué a sus labios y ella respondió de inmediato. Mientras el calor nos embargaba, la lluvia se hacía presente y se podía escuchar como chocaba en los vidrios del techo del lugar. Suspiré y me alejé, quería hablar con ella, dejarle clara mis intenciones, pero algo había que no me permitía alejarme de ella.

―Hablemos ―dije sobre sus labios y negó con la cabeza.

―Dejémoslo para después ―solo eso me bastó para tomarla de la cintura y colocarla sobre mi regazo.

Besé sus labios como si necesitara de ellos para vivir. Su dulce lengua era ingenua, lo que me provocaba usar la fuerza con ella, pero no lo haría. Debía estar seguro de que ella resistiría. Bajé por su cuello y poco a poco fui desabrochando la cremallera del vestido. Ella me ayudó con la corbata y el saco, los botones de la camisa ya no eran necesarios. Deseosos nos pusimos de pie y ella, sin quitar la vista de mis ojos, dejó caer su vestido al suelo, dándome una vista privilegiada.

Sobre un sofá la seguí besando, sentía como su cuerpo correspondía a mis caricias. Podía escuchar como los gemidos iban en aumento cuando mis besos exploraban la comisura de sus firmes pechos. Una de sus manos jugaba con mi cabello y cuando descubrí aquellas magníficas montañas, les dediqué todo mi deseo. Jugueteé con mi lengua sobre sus sensibles pezones.

Lamí, mordisqueé y saboreé aquel néctar que me dejaba la mezcla de su piel y perfume mientras una de mis manos bajaba para explorar el territorio desconocido que su cuerpo me dejaba. Volví a sus labios.

Un gemido comenzó a ir en aumento. Bajé mis labios hasta sus pechos e hice más rítmico el movimiento de mi pulgar. Podía sentir como el orgasmo se hacía presente. Ella cerró los ojos y mordió su labio dejando salir sus gemidos bajitos. Aproveché de arrodillarme en frente de sus piernas abiertas y comencé un hilo de besos por la parte interior de sus piernas, viendo como su reciente orgasmo había dejado un fino brillo en sus bragas de encaje.

Qué sexi se veía desde mi punto de vista. Ella quería cerrar las piernas, pero no se lo permitiría. Quería probarla, beber de ese dulce néctar que sé, le haría honor a su nombre. Mi Dulce, mi bella, hermosa y sexi, Dulce.

Me estaba enloqueciendo tan solo con su roce. Poco a poco fue retirando sus bragas y con mi diestra lengua comencé a penetrarla suavemente mientras una de mis manos masajeaba su botón de placer.

―Hueles a Dulce ―susurré ―. Eres perfecta.

Sus besos no cesaron, únicamente se detuvo para observarme y calmar los temblores de mi cuerpo.

―Eres virgen, ¿verdad? ―pregunté mientras me restregaba en ella.

―Si ―dijo apenada. Cerré los ojos.

―Te prometo que no dolerá ―la besé.

―Sigue, por favor ―casi rogó.

¡DIOS MÍO, SU PRIMERA VEZ! Había vivido algo exquisito, algo que jamás había tenido el privilegio de vivir. Y lo había amado, era la sensación más grande y perfecta que había podido experimentar.

Perdí la cuenta de cuántas veces repetimos. Ella estaba hecha una mujer. Creo que le gustaba más de lo que reconocía, pero me encantaba verla ser tan sincera con su cuerpo y yo no podía negarme a nada.

―¿Estás bien? ―pregunté y asintió.

―Fuiste perfecto y te lo agradezco ―eso me pareció tierno, pero era yo quien debía agradecerle.

―A ti, el privilegio que me has dado de ser el primero, es como si me ganase una corona ―sonrió y mordió mi hombro juguetonamente―. Creo que deberíamos tratar de entrar a la casa ―ella asintió y entre los dos nos ayudamos a vestirnos.

Dulce tomó mi saco y sus zapatos para salir del lugar en donde estábamos mientras que yo llamaba a mi jefe de seguridad y le pedía que desactivaran las alarmas. Nos metimos en el coche mientras uno de los guardias llegará con la llave al lugar donde estábamos. No tardamos mucho en subir hasta la habitación principal una vez dentro de la casa.

Cansados por lo que habíamos hecho, nos dimos un ligero baño y luego nos metimos a la cama. Su pequeño cuerpo se apegó al mío y sentí que estaba en la gloria. Besé su espalda y pronto sentí como si respiración iba más y más calmada. Por mi parte cerré los ojos y trate de dormir, cosa que no me costó nada.

Desde lejos comencé a escuchar como mi móvil vibraba, sabía que era el mío, porque el de Dulce estaba sobre la mesita de noche y apagado. Con cuidado me levanté tratando de no despertarla. Salí de la habitación y contesté el móvil. Mi hermana y mi mejor amigo estaban expectantes por saber cómo nos estaba yendo, no di detalles, pero para mí todo estaba perfecto. Luego de eso, me desearon suerte y fue Samanta quien se quedó en el móvil.

―Georgina no paraba de preguntar por ti, le dije que debías madrugar ―agradecí internamente por su rápida respuesta―. Me encontré con Robert, quien me pidió el contacto de Dulce ―eso me enfureció.

―Yo también lo vi, solo no pensé que se atreviera ―solté un suspiro. Ese hombre siempre había observado a Dulce con otros ojos.

―¿Le dijiste algo? ―preguntó.

―Nada. Le resté importancia ―escuché como soltaba un suspiro―. Esto es solo un negocio, ya verás que no durará más que un fin de semana ―le asegure―. El cotilleo y la prensa amarillista olvida rápido.

―Lo sé, solo no quiero que salgan lastimados ―mi hermana sabía todo lo que había pasado en mi vida, por eso se preocupaba―. Ella no es una modelo que puedes desechar, ¿ok?

―Lo sé ―haciéndola sabedora de que defendería lo poco que había construido aquí, corté la llamada y volví a la cama.

Quería tranquilidad, quería paz y eso solo me lo podía dar mi Dulce.

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