Capitulo Dos

Mis lágrimas no son de vainilla.

Camila Anderson

Todavía no puedo creer lo que mis ojos vieron, era él, Santiago, mi esposo disfrutando de un helado junto a su familia… su otra familia —La imagen que destrozara el mundo perfecto de Camila cercenaba su pensamiento sin descanso alguno, la mantenía en medio de un limbo en el que todo a su alrededor le lastimaba la piel. Sentía el corazón arder por el dolor, la forma en como descubrió la traición de su esposo y en como tuvo que disimular delante de su pequeña hija para evitar que ella también sufriera.

El beso que presencio de Santiago con aquella mujer y como la niña le decía “papa” fue suficiente para tomar una decisión que cambiaría su vida por completo, no podía perdonar su traición, no lo haría por su propia hija, ella no quería enseñarle a Sofía una lección equivocada, las mujeres no tienen por qué soportar que las engallen y humillen de esa manera. Con el corazón destrozado y el alma en una cruz saco las maletas del armario y metió toda la ropa de su esposo en ellas.

Las lágrimas caían en cascada a medida que metía cada prenda de vestir que con tanto esmero ella lavaba y planchaba cada día de su vida, había abandonado a sus padres cuando estos se negaron a aceptar su relación con Santiago, hizo de lado sus estudios cuando salió embarazada para dedicarse al hogar, había perdido todo por dedicar su vida a un hombre que la cambiaba tan fácilmente por otra o quizás el engaño siempre estuvo presente. Esa niña parecía tener la misma edad de su hija.

Escucho el ruido de la puerta, por lo que salió de la habitación arrastrando el equipaje con ella y al ver a su marido se lo arrojó a los pies. Con el rostro humedecido por las lágrimas derramadas y los ojos rojos por el llanto, se plantó delante de su esposo antes de que este pudiera pasar del vestíbulo.

—¿Pero qué mierdas? ¿Qué significa todo esto? —cuestiono el hombre sin entender a que se debía el arrebato de su mujer.

—¡Significa que te largas ahora mismo de mi casa! —bufo encolerizada ella, sintiendo que lo que corría por las venas era rabia en vez de sangre.

—¿Te has vuelto completamente loca? Esta es mi casa y no pienso mover ni un solo dedo que aquí —sentencio Santiago alzando la voz por sobre la de ella.

—Ya no es necesario que mientas, Santiago —replico ella—. ¿De verdad pensaste que nunca me iba a enterar de que me has estado engañando todo este maldito tiempo? —escupió sin poder evitar sentir que el alma se le iba en esas palabras.

La expresión en el rostro de Santiago fue de sorpresa al verse descubierto, sin embargo, se repuso de manera casi inmediata.

—¿Y que si es verdad? Tú eres mi mujer y esta es mi casa, y así seguirá siendo hasta que a mí me dé la gana —siseo acercándose a ella—. No pienso dejarla a ella y tú no puedes dejarme porque si lo haces me quedo con Sofía —agrego amenazante provocando que un súbito estremecimiento recorriera el cuerpo de Camila.

—Tú no vas a quitarme a mi hija, antes te mato —escupió Camila impulsada por la rabia, aunque en el fondo se atemorizó de sus propias palabras.

—¿Tan segura estás? —inquirió Santiago con una sonrisa burlona en sus labios.

El corazón de Camila latía con fuerza mientras un pitido ensordecedor tronaba en sus oídos.

—Yo no voy a soportar tu desfachatez Santiago, si esa mujer está dispuesta a hacerlo es su maldito problema, yo no pienso seguir sacrificando mi vida por un hombre que no vale ni m****a —espeto Camila antes de caer al suelo por la fuerza de la bofetada que le propino su esposo.

—Si tu madre no te enseño a cómo tratar a un hombre m*****a zorra, entonces tendré que hacerlo yo —declaro al tiempo que se arrancaba el cinturón del pantalón y lo acomodaba en su mano.

—No te atrevas Santiago… —dijo, pero sus palabras fueron cortadas por el alarido de dolor que salió de su boca.

Camila no pudo continuar hablando mientras Santiago cortaba el aire con el cinturón que una y otra vez se incrustó en el cuerpo de su esposa, en medio de aquel vestíbulo solo se podía escuchar el chasquido que hacía el cuero al impactarse con otro cuerpo más resistente, los gemidos y alaridos de una mujer recibiendo la descarga de furia de su esposo y los insultos de un hombre que se cree superior en todos los sentidos.

—Vas a aprender a obedecerme en silencio perra —rugió una y otra vez mientras que en la mente de Camila pasaban todos los recuerdos de los momentos en los que él la había hecho feliz, las risas, los besos, todo lo que lo convertían en el hombre perfecto.

Todo eso quedaba en el olvido, en un lugar donde anulan los hermosos recuerdos cuando el verdadero rostro del ser aparece ante la vista: descarada, fiera, infundiendo temor. Un temor que en los pocos minutos en los que duro su infierno se tornó en determinación.

Ella lo abandonaría sin importar cuando costara, ella se iría con su hija a donde él jamás pudiera encontrarla.

—Espero que te haya quedado claro —dijo un par de segundos después de haber detenido su brazo—. Yo hago con que se pegue la gana y tú tienes que quedarte callada, si no te puede ir peor —Se agachó y la tomo del cabello con fuerza para levantarle la cara—. ¿Entendido?

Sacudió la cabeza de Camila al ver que no respondía y repitió su pregunta, a lo cual su esposa hizo un movimiento casi imperceptible con la cabeza afirmando que había entendido.

—Papi—Los ojos de Camila se abrieron desmesuradamente.

¿Su hija había presenciado todo? No como iba a borrar esos recuerdos de su cabecita —pensó aterrada.

—Princesa, ¿Qué haces fuera de tu cama? Tu mami es muy tonta, se resbaló cuando vino a recibirme y se golpeó, ¿cierto cariño? —explico a la niña de tres años al tiempo que se acercaba a la pequeña para tomarla en brazos, a pesar de su muy corta edad, Sofía había demostrado que poseía una inteligencia admirable a sus tres años, comprendía todo con una facilidad que a muchos adultos les hubiese gustado poseer.

Camila se puso de pie reprimiendo los quejidos de su cuerpo para que Sofía no se diera cuenta de lo que realmente había sucedido.

—Si mi amor —dijo dirigiéndose a la pequeña—, resbale, pero estoy bien, ven, vayamos a tu cuarto —se acercó y se la arranco de los brazos a su marido por miedo a que también arremetiera en contra de su hija.

No obstante, la intención de Santiago al tomar a Sofía solo fue la de acentuar su amenaza de quitársela si no le obedecía.

Al día siguiente, después de que su esposo se fuera a trabajar, Camila tomo un bolso de mano y metió en él un par de mudas de ropa para su hija y un par para ellas, saco el dinero que había reunido de las compras, los documentos de su hija y los de ella y salió de esa casa en la que toda la felicidad se había extinguido en un segundo, el cuerpo le dolía por los golpes, pero era su alma la que sangraba.

Un par de perlas salieron de los ojos de su hija que sin decir ni una sola palabra entendía lo que significaba esa salida furtiva.

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