A las ocho de esa noche, Mateo entraba a una fastuosa residencia con su mano sosteniendo la de Raffaella, quien miraba todo a su alrededor con temor de romper algo solo con la vista, el lujo que la rodeaba era incluso más ostentoso del que había visto en la casa de Evana.
El piso era de mármol, el dorado que resaltaba en los relieves de las paredes era deslumbrante, el elegante mobiliario, las exquisitas obras de arte e incluso las lámparas eran extraordinarias.
En lo alto de una escalera central apareció una dama de aspecto sumamente distinguido, su traje azul medianoche, era hermoso, las joyas competían con el brillo de las luces, su actitud era altiva, sin embargo, al llegar al último escalón, desplegó una sonrisa y saludó a su hijo con amor.
–Mamá, te presento a Raffaella Novelli.
–Mucho gusto señora –saludó la joven inclinando levemente la cabeza.
–Encantada de conocerte, pasemos al salón porque la cena todavía no ha sido servida, ofrezco discu