En el interior de la residencia la madre y el padre de Mary Ann, sostenían una discusión bastante agria:
–Emilio, ¿cómo es eso de encerrar a tu hija y poner dos soldados a vigilar su puerta? También hay soldados fuera de la casa, estoy segura de que estás abusando de tu autoridad.
–Abuso es lo que estuvo a punto de cometer Mary Ann y no creas que estás muy libre de mis reclamos.
–Emilio, he soportado por mucho tiempo tus órdenes, ya no más.
–¿Qué quieres decir?
–Si no depones tu actitud, me iré con mi hija, lo siguiente que sabrás sobre mí tendrá que ver con la demanda de divorcio.
–¿Como se te ocurre amenazarme?, ¿quién eres? Jamás te habías atrevido antes a cuestionarme.
–Porque me llenaba de paciencia y cuando estaba al borde, te redimías, hasta Ben prefirió vivir solo para librarse de todas tus instrucciones.
–Ben es igual a mí.
–No lo es y agradezco a Dios por eso. Entonces, liberas a tu hija o nos pierdes a las dos.
Emilio la miró como sopesando el peso o la firmeza de sus palab