Estaban envueltos en las sábanas que cubrían sus cuerpos desnudos, abrazados, adormilados, la luz que se filtraba por la ventana comenzó a perder fuerzas, fue Evana la primera en hablar.
–Se está haciendo tarde, tenemos horas aquí y los niños ya deben haber regresado del colegio.
–Sin embargo, siento que ha sido muy corto el tiempo que te he tenido así, pegada a mi pecho, sintiendo tu piel y tu calor, hueles divinamente –dijo aspirando en su cuello y haciéndola estremecer, una vez más, lo que fue señal suficiente para girar y quedar posicionado sobre ella.
–¿Qué? ¿Otra vez? ¿De dónde sacas tanta fuerza?
–Del amor que siento por ti –respondió él antes de hundirse nuevamente en su cálida y húmeda cavidad.
Ignacio se tomó el tiempo para hacerla sentir, no terminó hasta verla rendida de placer, sonrió, la besó y la ayudó a incorporarse para tomar una ducha en la cual, con mucha delicadeza, enjabonó y enjuagó su cuerpo.
–Esta será