Tentadoras casualidades
El vestido blanco y la hinchazón en su boca todavía están presentes cuando Violetta es despertada a la mañana siguiente por la voz gentil de Anita.

—Señorita Violetta, ¡mire nada más! Ni siquiera se cambió esa ropa —exclama Ana con mucha preocupación.

El pulso de Violetta se dispara al recordar el beso, Dante yéndose, luego el sueño con él...

Su cuerpo traicionero reacciona a los estímulos de su vívida imaginación.

—Anita, de veras perdón. Me acosté en la cama un segundo y después no supe de mí. —Suelta un gemido de vergüenza—. ¡Dios mío! Te dejé todo el trabajo de la mesa. Debí ayudarte-

—¡Niña! Qué cosas dices —Anita la reprende sin una pizca de reparo—. Aquí la que limpia y organiza soy yo. Para eso me pagan. Tú deberías pensar en tus clases o vas a llegar tarde a la universidad.

De hecho, la hora se le está escapando de las manos. Es un buen recordatorio de lo que es verdaderamente primordial en su vida. Así que Violetta echa a un lado sus dilemas amorosos, se deshace del vestido,
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