Mi representante

Ajena a lo que pudiera estar ocurriendo en la habitación de Salvador, Cristina, después de colocarse su pijama, salió rumbo a la cocina para tomar un poco de agua.

La noche era extrañamente cálida, más que de costumbre, y un silencio pesado dominaba el ambiente. Caminó descalza por el pasillo, con completa calma descendió por las escaleras.

Al llegar a la cocina, abrió el refrigerador, tomó la jarra de agua y bebió lentamente del vaso. El líquido frío recorrió su garganta como un alivio; por un instante, sintió que ese pequeño gesto la reconectaba con la paz que tanto necesitaba.

Después de enjuagar el vaso, emprendió el regreso a su habitación, subiendo los escalones con paso ligero. Pero al cruzar nuevamente el pasillo, algo la detuvo.

Un sonido.

Bajo, gutural… casi un gemido.

—Ummm... Oh… —se escuchó entrecortado.

Cristina se quedó inmóvil, con el corazón acelerado. ¿Qué era eso?

Giró la cabeza hacia la puerta de Salvador. Volvi
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