-Pero... las placas -dice Elliot sin entender-, ¿eran tuyas?
-Sí y no -le respondo-. Sí eran mías, pero no tengo las costillas tan lastimadas. No la han editado, están algunas partidas pero poco a poco mejoraré.
-Sí que eres fuerte -me dice aún más sorprendido-. ¡TREMENDO MUJERÓN TIENES, HERMANO! -le dice a David.
-Pero... -dice David-, ¿cómo te has defendido?
-Dos meses entrenando boxeo y karate -le respondo-. No creas que fueron vacaciones las que me tomé.
-A partir de ahora -me dice un poco divertido-, te tendré miedo.
-Somos dos -dice Elliot también divertido.
-Deberían -les digo-, deberían. -miro a Patricio y digo-: ¿Pueden hacer algo por mí?
-Claro -dice mi cuñado serio-, lo que tú quieras.
-Llévenlo a casa de su madre -digo seria-, no sólo tú me tendrás miedo -le digo a Patricio.
Salimos de esa habitación y subimos a la oficina de Elliot. Estando allí sus empleados escucharon detenidamente la orden de Elliot. Llevarían a Patricio a casa de los padres de Jorge