—¡Hijo! Llevo escuchando tu despertador sonar desde hace veinte minutos. ¡Voy a entrar!, espero que estés visible.
Isabel abrió la puerta con cuidado y se adentró unos pasos en la habitación descubriendo la escena ante ella. Sobre la cama matrimonial su hijo y su mejor amigo estaban dormidos. La única ropa que tenían sobre ellos eran un par de bóxer. Los zapatos, camisas y pantalones, lucían tirados por el suelo. Una de las piernas del muchacho rubio descansaba sobre el cuerpo de Brais. Se llevó una mano a la boca intentando ahogar un grito.
—Ave María Purísima. —Se persignó—. Ahora entiendo tantas cosas, ¡Brais!
Vio a su hijo abrir los ojos y dar un alarido al verla frente a él.
—¡Mamá! ¿Qué haces aquí? —Un gruñido a su lado respondió a su estridencia, Brais apartó la pierna que lo tenía aprisionado con rapidez y se alzó sentándose sobre la cama.
—¿Tienes algo que decirme? —preguntó, dispuesta a escuchar su confesión.
—No.
—¿Seguro? —Señaló a Cristian con la mirada.
—Esto no es lo q