Capítulo 2
Al día siguiente.

Fui a comprar un regalo para dárselo a mi tía antes de irme, en agradecimiento por todos estos años. Al atardecer, cuando llegó el mensajero, vi a Soren abajo. Venía con Thea, los dos cargando bolsas del súper, hablando y riéndose mientras entraban al edificio. Parecían una pareja que ya vivía junta.

Se me heló la cara. Apreté la caja del paquete y me tragué el amargor que subía a la garganta. Mi tía también lo vio; abrió los ojos, dispuesta a ir a reclamarles. La sujeté fuerte de la mano, negué con la cabeza y le susurré: —Tía, déjalo así.

Ella chisporroteó de coraje:

—Lyra, ayer me dices que Soren está enamorado de otra y no te creo, porque yo veo cuánto te ama. Pero ahora lo veo así de pegado con esa mujer… mejor aléjate de él. Yo te apoyo.

Soren nos vio y vino rápido a explicar:

—Lyra, no te confundas. Escucho que en el fraccionamiento donde vive Thea hay un tipo enfermo rondando; no es seguro. Le encuentro un departamento nuevo y hoy solo la ayudo a mudarse.

Yo me quedé serena. No respondí. Solo le indiqué al repartidor que subiera las cajas. Al verme tranquila, Soren pareció asumir que no había malentendido nada; soltó el aire y sonrió:

—Lyra, en cuanto me desocupo estos días, nos vamos al campo a montar. Recuerdo que te encanta. El club hípico queda cerca; cuando quieras, vas.

Él no sabía que yo estaba a punto de irme, y tampoco pensaba decírselo. Levanté la vista y lo miré a los ojos. Seis años atrás brillaban de amor; ahora solo había evasivas y culpa.

Negué apenas, con una sonrisa triste en la comisura:

—No hace falta, Soren. Estos días no tengo tiempo.

Se sorprendió, como si no esperara un no. En ese momento, Thea llamó:

—Soren, me siento cansada. Vámonos.

Él giró al instante, atento:

—¿Qué pasa? ¿Te sientes mal?

—No, solo fue un día pesado —susurró ella.

Soren me dijo:

—La acompaño arriba y bajo contigo.

Y, sin esperar mi respuesta, se fue con ella.

Los vi alejarse y sentí un revoltijo en el pecho. El Soren que antes me cuidaba hasta en lo mínimo ahora le entregaba esa atención a otra. A mi lado, mi tía tembló de rabia y masculló:

—¡Maldito! ¿Cómo te hace esto?

Le di unas palmadas en la mano para calmarla:

—Tía, no te enojes. No vale la pena.

Las puertas del elevador se cerraron despacio. Miré el metal y, en ese reflejo, vi a la que yo había sido: la que creía que con amor bastaba para superar cualquier cosa. La realidad me dio un golpe seco y entendí que el amor no era toda la vida. Las siluetas de Soren y Thea se desvanecieron dentro del elevador y, con ellas, se terminó de enfriar mi corazón.

Respiré hondo y me volteé hacia mi tía:

—Tía, vámonos.

Ella me miró con los ojos llenos de ternura:

—Lyra, ¿de verdad lo sueltas?

Sonreí leve; por dentro, firme:

—Tía, ya decidí. Voy a empezar una vida nueva.

Al subir, le mandé un mensaje a Soren para preguntarle a qué hora volvía. La respuesta llegó en una nota de voz de Thea: Soren está ayudándome con la instalación eléctrica del departamento; tal vez se tarde. Su voz sonaba dulzona, con una puntita de presume.

Yo ya iba a pedir un taxi cuando volvió a escribir: “Lyra, no te hagas ideas. Soren y yo somos amigos. No encuentro a quién más pedirle el favor, por eso lo molesto. Si te molesta, échame la culpa a mí; no te enojes con Soren.”

Luego, otra: “Soren dice que no quiere que haya malentendidos. Regresa pronto; ya va para allá.”

Sonreí de lado, amarga, pero por dentro ya estaba en calma.

Entonces llamó Soren. Apenas contesté, lo escuché con un tono que rozaba el reproche:

—Lyra, ¿por qué tratas a Thea tan frío? Ella acaba de mudarse, no conoce a nadie. Yo la cuido tantito y tú no te claves.

Me quedé fría; no esperaba eso de él. Respondí sin subir la voz:

—Soren, no me clavo. Ya estoy en casa.

Él frunció el ceño y volvió a lo de la fiesta de Navidad:

—Y en la fiesta de Navidad, igual: con Thea, fría. Es una chica; si la tratas así, va a creer que no te cae bien.

—Discúlpame por incomodarla. Pásale mis disculpas —dije. Y colgué.
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