Al día siguiente.
Fui a comprar un regalo para dárselo a mi tía antes de irme, en agradecimiento por todos estos años. Al atardecer, cuando llegó el mensajero, vi a Soren abajo. Venía con Thea, los dos cargando bolsas del súper, hablando y riéndose mientras entraban al edificio. Parecían una pareja que ya vivía junta.
Se me heló la cara. Apreté la caja del paquete y me tragué el amargor que subía a la garganta. Mi tía también lo vio; abrió los ojos, dispuesta a ir a reclamarles. La sujeté fuerte de la mano, negué con la cabeza y le susurré: —Tía, déjalo así.
Ella chisporroteó de coraje:
—Lyra, ayer me dices que Soren está enamorado de otra y no te creo, porque yo veo cuánto te ama. Pero ahora lo veo así de pegado con esa mujer… mejor aléjate de él. Yo te apoyo.
Soren nos vio y vino rápido a explicar:
—Lyra, no te confundas. Escucho que en el fraccionamiento donde vive Thea hay un tipo enfermo rondando; no es seguro. Le encuentro un departamento nuevo y hoy solo la ayudo a mudarse.
Yo me quedé serena. No respondí. Solo le indiqué al repartidor que subiera las cajas. Al verme tranquila, Soren pareció asumir que no había malentendido nada; soltó el aire y sonrió:
—Lyra, en cuanto me desocupo estos días, nos vamos al campo a montar. Recuerdo que te encanta. El club hípico queda cerca; cuando quieras, vas.
Él no sabía que yo estaba a punto de irme, y tampoco pensaba decírselo. Levanté la vista y lo miré a los ojos. Seis años atrás brillaban de amor; ahora solo había evasivas y culpa.
Negué apenas, con una sonrisa triste en la comisura:
—No hace falta, Soren. Estos días no tengo tiempo.
Se sorprendió, como si no esperara un no. En ese momento, Thea llamó:
—Soren, me siento cansada. Vámonos.
Él giró al instante, atento:
—¿Qué pasa? ¿Te sientes mal?
—No, solo fue un día pesado —susurró ella.
Soren me dijo:
—La acompaño arriba y bajo contigo.
Y, sin esperar mi respuesta, se fue con ella.
Los vi alejarse y sentí un revoltijo en el pecho. El Soren que antes me cuidaba hasta en lo mínimo ahora le entregaba esa atención a otra. A mi lado, mi tía tembló de rabia y masculló:
—¡Maldito! ¿Cómo te hace esto?
Le di unas palmadas en la mano para calmarla:
—Tía, no te enojes. No vale la pena.
Las puertas del elevador se cerraron despacio. Miré el metal y, en ese reflejo, vi a la que yo había sido: la que creía que con amor bastaba para superar cualquier cosa. La realidad me dio un golpe seco y entendí que el amor no era toda la vida. Las siluetas de Soren y Thea se desvanecieron dentro del elevador y, con ellas, se terminó de enfriar mi corazón.
Respiré hondo y me volteé hacia mi tía:
—Tía, vámonos.
Ella me miró con los ojos llenos de ternura:
—Lyra, ¿de verdad lo sueltas?
Sonreí leve; por dentro, firme:
—Tía, ya decidí. Voy a empezar una vida nueva.
Al subir, le mandé un mensaje a Soren para preguntarle a qué hora volvía. La respuesta llegó en una nota de voz de Thea: Soren está ayudándome con la instalación eléctrica del departamento; tal vez se tarde. Su voz sonaba dulzona, con una puntita de presume.
Yo ya iba a pedir un taxi cuando volvió a escribir: “Lyra, no te hagas ideas. Soren y yo somos amigos. No encuentro a quién más pedirle el favor, por eso lo molesto. Si te molesta, échame la culpa a mí; no te enojes con Soren.”
Luego, otra: “Soren dice que no quiere que haya malentendidos. Regresa pronto; ya va para allá.”
Sonreí de lado, amarga, pero por dentro ya estaba en calma.
Entonces llamó Soren. Apenas contesté, lo escuché con un tono que rozaba el reproche:
—Lyra, ¿por qué tratas a Thea tan frío? Ella acaba de mudarse, no conoce a nadie. Yo la cuido tantito y tú no te claves.
Me quedé fría; no esperaba eso de él. Respondí sin subir la voz:
—Soren, no me clavo. Ya estoy en casa.
Él frunció el ceño y volvió a lo de la fiesta de Navidad:
—Y en la fiesta de Navidad, igual: con Thea, fría. Es una chica; si la tratas así, va a creer que no te cae bien.
—Discúlpame por incomodarla. Pásale mis disculpas —dije. Y colgué.