—¿Q... qué? —balbuceó Lila.
—No me mientas, Lila Marie Blackwell —dijo Selene, cruzando los brazos—. Te escuché hablando con alguien, le dijiste que tenía que irse antes de que la atraparan. ¿De quién la escondes? ¿Y quién es?
Selene ya sabía la respuesta, pero necesitaba que su hija lo dijera en voz alta.
—No era nadie —respondió Lila, frunciendo el ceño—. Solo alguien que antes era mi amiga, pero ya no...
Selene sintió un pinchazo en el pecho. Su hija le estaba mintiendo, y eso dolía más que cualquier otra cosa.
—Me estás mintiendo, y no entiendo por qué —replicó Selene, apretando los labios.
—No estoy mintiendo... —intentó exclamar Lila—. Y aunque así fuera, soy adulta. No necesito permiso para ver a mis amigas.
—Cuando tu “amiga” es Daisy Baldwin, sí necesitas avisarnos antes de traerla a esta casa —estalló Selene, su voz era cortante.
No había querido decir el nombre, pero ya no había vuelta atrás.
Lila retrocedió como si la hubieran abofeteado.
—Así es —continuó Selene con firmez