Lo primero que llamó la atención de Shelly fue el evidente estado de aquella muchacha: tenía un enorme vientre de embarazada, estaba a punto de dar a luz. Respiraba con dificultad, con el rostro contraído por el dolor físico y la angustia emocional. Shelly se preguntó si ya había entrado en trabajo de parto y, de ser así… ¿por qué no la habían llevado a una habitación todavía?
El hospital se encontraba en territorio neutral. No era el mejor lugar, pero quedaba lo bastante lejos de la Manada Luna Roja como para que nadie se enterara de su visita al médico. Shelly había preferido no acudir al hospital de la manada; sabía que allí las noticias corrían rápido, y no quería que su situación se convirtiera en un tema de conversación recurrente.
Bastó con una mirada, pero lo reafirmó con el olor, para que Shelly supiera con certeza que la joven era una forastera, una loba sin manada.
—No puedo hacer esto… —seguía murmurando la muchacha, mientras las lágrimas le empañaban los ojos castaños.
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