—Sí —susurré con voz ronca.
—Buena suerte y recuerda, respira profundo y no saques conclusiones precipitadas. Deja que él explique primero antes de explotar. ¡Actualízame con todo mañana!
—Lo haré —le aseguré y luego colgué el teléfono.
Puse el teléfono en la mesita de noche y lo conecté al cargador antes de voltearme a mirarlo. Todavía permanecía en la entrada, estudiándome con el ceño fruncido.
—Irene dijo que no te sentías bien —me dijo—. Esta mañana estabas bien.
Asentí y me limpié las mejillas otra vez, esperando que no notara lo manchada que tenía la cara y las lágrimas que todavía tenía en los ojos. Odiaba lo débil que era frente a él, pero no podía evitarlo.
—Sí, solo me sentía un poco mal —mentí—. Creo que tal vez comí algo en mal estado.
—¿Fue algo de lo que te hizo Chester? —preguntó entre dientes—. Lo despediré y—
—¡No! —dije rápidamente—. No lo despidas; él no hizo nada. Fue algo que comí en la escuela. Nada más.
Se veía casi decepcionado; sabía que medio quería despedir a